Iniciamos con estas líneas unas reflexiones semanales sobre la virtud. Nos puede sonar una palabra conocida pero lejana, y quizás la relacionamos con algo negativo. A veces pensamos que la virtud cuesta, o es para tontos, o nos impediría divertirnos. Nada más lejos de la verdad.
Muy probablemente hemos conocido a alguien virtuoso, y seguro no nos ha dejado indiferentes. ¿Quién es virtuoso? Lo es, por ejemplo, el amigo que es leal, que no nos falla, en quien podemos confiar. Lo es la persona que hace lo correcto aunque sabe que significará el doble de esfuerzo. Quien no tiene miedo de hablar y decir la verdad, aunque no sea popular decirlo. El que pierde en una competencia y sabe reconocer que el otro es mejor. El que gana, y no humilla al perdedor.
También lo es el que reza y no se avergüenza de hacerlo en público, o quien habla de Jesús y no tiene miedo de qué dirán de él. El que se preocupa por quien sufre, quien le tiende la mano al que llora. El que se propone una meta y la cumple. El que se propone una meta más grande, y se esfuerza el doble para alcanzarla.
¿No quisiéramos ser un poco así? Ese es el virtuoso. No el superhéroe de comic, ni el ídolo tantas veces vacío que aplaude la multitud, sino la persona que te inspira confianza y reconocimiento, y que con solo su ejemplo te acerca un poco más a Jesús.
¿Podemos ser virtuosos? El Apóstol San Pedro nos propone un camino claro para serlo. Lo encontramos en 2Pe 1,5-7. Iremos reflexionando sobre este pasaje bíblico, y veremos que hay mucho para aprender del Apóstol Pedro. Veremos, también, que la virtud es una meta por la que vale la pena luchar.