Una virtud muy necesaria: salvar la proposición del prójimo

Por Kenneth Pierce

screen_shot_2012-08-20_at_1.48.41_pmCuántas veces sucede que por un tonto malentendido, por algo que dijimos o comprendimos mal, herimos una relación. No siempre somos capaces de expresar bien lo que pensamos, o de entender correctamente lo que el otro quiere decirnos. El lenguaje es limitado y su uso –o mal uso– da muchas veces lugar a ambigüedades e incomprensiones.

Ser conscientes de esta situación nos debe llevar a cultivar una virtud muy necesaria en las relaciones con los demás: salvar la proposición del prójimo. ¿Qué significa? Quiere decir que en aquellas ocasiones en que es posible un malentendido, por la razón que sea, es mejor dar el beneficio de la duda a nuestro prójimo interpretando sus palabras del modo más positivo posible. Es mejor eso que “condenarlo” equivocadamente por algo que ha dicho. Cuántas veces, quizás lo sabemos por experiencia personal, una persona movida por la pasión dice algo de lo cual luego se arrepiente.

Ya decía San Ignacio de Loyola: “Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve”.

No se trata, por tanto, de ser ingenuos y ver blanco donde es negro. Se trata, más bien, de evitar condenar –actitud que, por otro lado, nunca nos corresponde– a alguien por palabras que quizás hemos entendido mal o que no supo expresarlas bien.

De fondo debe estar siempre la búsqueda del bien nuestro y de nuestro prójimo, tomando en consideración tanto nuestras limitaciones como las suyas. Una sana desconfianza de uno mismo siempre es necesaria, y en todo momento, buscar siempre crecer en humildad y caridad con nosotros mismos y con nuestro prójimo. A eso debe mirar el salvar la proposición del prójimo y la corrección fraterna cuando es necesaria: a la mutua comprensión y el crecimiento en santidad.

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