xt-rouault_painting

Un camino privilegiado para acercarnos al amor de Dios

Por Kenneth Pierce

Mortificación es una palabra que automáticamente genera rechazo. Suena a dolor, sufrimiento, incomodidad, a situaciones que nadie quiere vivir. Hace pensar, incluso, en algún fanático que se flagela incomprensiblemente, gozándose en el dolor o sintiéndose redimido por los propios sufrimientos.

La mortificación cristiana es muy distinta y, rectamente entendida, tiene un lugar valioso en nuestra vida. Ha sido ocasión de que muchas personas virtuosas se asociaran al sufrimiento del Señor Jesús en su Pasión y Muerte. Esa mortificación, digamos activa, no era tan fácil de vivir, pues iba mucho más allá del dolor que uno podía tener, enraizándose en intenciones santas y sobrenaturales que a veces son muy difíciles de alcanzar.

No es necesario andar por la vida buscando situaciones para mortificarse. Muchas veces esto fácilmente deviene en vanidad y soberbia, en creernos excesivamente fuertes o capaces de enfrentar todo por nuestra “elevada santidad”. Se puede aprender con muchísimo fruto a vivir una mortificación pasiva, que no es otra cosa que, con la ayuda de la gracia de Dios, aprender a sobrellevar pacientemente y con alegría, por amor a Dios, los propios sufrimientos y contrariedades que nunca faltan en la vida. Hay una gran virtud en adherirnos explícitamente a la Cruz de Cristo en situaciones que no hemos buscado y que escapan al propio control.

A veces los grandes retos momentáneos son fáciles de vivir pues nos entusiasman, y no está mal que sea así. Es mucho más difícil, sin embargo, aquel esfuerzo cotidiano y sostenido que significa asumir cristianamente los dolores y situaciones que no nos gustan o nos causan rechazo. Por eso esta mortificación pasiva es un camino privilegiado para acercarnos a Dios y a su amor redentor. Privilegiado no significa que sea fácil, sino muy directo y cerca de nosotros para, con las fuerzas que nos da la gracia de Dios, aprovecharlo en nuestro camino de santidad.

Así vivimos en esencia aquella mortificación que ha sido ocasión de que tantos santos en la historia de la Iglesia se acerquen de modo especial al Señor Jesús. No se trata, pues, de crearse falsos sufrimientos, sino de asumir con una visión sobrenatural aquellos que se nos presentan y hacerlos ocasión de amar como nos amó Cristo desde la Cruz. Si se los ofrecemos con sencillez y pureza de intención a Dios, El con seguridad tornará nuestro dolor en multitud de gracias para nosotros y quienes nos rodean.

Comentarios

Comentarios

Comparte esta publicación

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on pinterest
Share on print
Share on email