cristo

Resurrección del Señor

por Cardenal Tomás Spidlik

Se cuenta una broma sobre los así llamados pensadores cristianos progresistas. Se habían reunido en un lugar secreto para tratar el tema de la desmitificación del evangelio. A uno de ellos se le atribuye esta afirmación: “A escondidas hice excavaciones arqueológicas en Jerusalén, en la tumba de Jesús y encontré restos de huesos de un hombre que vivió en el primer siglo. Es un argumento clave: la narración del evangelio sobre la resurrección es un mito, una expresión de esperanza, nada más”. Los otros habían protestado: “¿Cómo es posible? En este caso, Jesús verdaderamente habría existido cuando en realidad es sólo una expresión mitológica de nuestros ideales”. Evidentemente se trata de una broma, pero como toda broma refleja bien la mentalidad. Muchos creyentes habrían escuchado que, según la exégesis moderna, debemos aceptar la noticia de la resurrección de Jesús como expresión de esperanza, pero no podemos decir nada más. A eso, se puede objetar simplemente: entonces digamos, ¿qué presenta de nuevo el evangelio? ¡Todos quieren tener esperanza! Y los apóstoles, que vieron y hablaron con el Resucitado y fueron por el mundo para testimoniar esto, ¿serían también ellos sólo expresión de una esperanza ilusoria?

¿No bastaba sólo con la fe en una vida después de la muerte tal como la profesan también otras religiones? ¿Cuál es su argumento? Uno de los principales consiste en reconocer que en esta vida no hay justicia: los buenos son perseguidos, los malos dominan. Si sobre la tierra no hay justicia, deberá al menos haberla en la vida después de la muerte, en la eternidad. Otros son menos pesimistas: mantienen que esta vida, a pesar de ser un valle de lágrimas, se puede soportar. Sin embargo, encontramos otra dificultad: ellos están preparados para soportar la vida, pero la vida por su parte, no los soporta a ellos largo y tendido. Corre velozmente, demasiado velozmente…

Esta reflexión provocó la crisis de un neomarxista francés. Era un partidario entusiasta de las nuevas estructuras sociales, de la esperanza en una mejor justicia en el mundo. Sin embargo, le vinieron dudas: nosotros trabajaremos duramente para transformar el sistema social, esto nos costará muchos sacrificios y nosotros mismos no veremos los resultados de nuestras fatigas. Y las generaciones futuras, aquellas para las que trabajamos, ¿apreciarán el resultado de nuestras fatigas? Una vida que se desvanece no merece tantos sacrificios. Por eso aquellos que quieren tener fe en la vida, deben suponer que después de la muerte existe la vida eterna.

Por lo tanto, la religión sería, en este caso, una solución satisfactoria para el problema vital. Sin embargo, ¿es realmente satisfactoria, si tantos hombres no desean aceptarla alegremente? ¿Por qué no creen? Tienen dudas acerca de la vida eterna prometida después de la muerte por muchas religiones. Debería al menos ser una mejor vida que nuestra vida terrena, de lo contrario volverían todos los problemas y las dificultades de ahora. Con la muerte se entra a continuación en otra vida, distinta de la actual. Sin embargo, ¿realmente estamos contentos? ¿Nos atrae mucho esta vida mejor?

Pasar a otra vida significa encaminarse hacia lo desconocido. Ir hacia lo desconocido puede ser romántico, pero no es una esperanza. Lo experimentan aquellos que eligen caminos desconocidos en las excursiones por la montaña. Podrían terminar en algún barranco o encontrarse delante de un muro rocoso, desde donde sería tan difícil seguir adelante como volver hacia atrás.

Este ejemplo banal nos puede servir para darnos cuenta de la diferencia que existe entre la promesa de una vida nueva mejor después de la muerte y la revelación cristiana sobre la Resurrección de Cristo. Después de la muerte, es como si Él volviese a su casa después de haber transitado un camino peligroso en un valle de sombras y de muerte. Volvió de nuevo a la vida en la tierra, a la vida de siempre.

Sin embargo, si es así, ¿volverán todos los problemas que se habían dejado? Si la vida no será diferente de la primera, ¿nos encontraremos allí de donde hemos partido? La respuesta a esta objeción es típicamente cristiana. Después de la resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos. ¿Cómo lo vieron? Estaban seguros de que era Él y que estaba vivo. Tenía la vida como antes y sin embargo era diferente. Pasó a través de las puertas cerradas, apareció y desapareció. Entonces, ¿tenía otra vida respecto a la primera? Se podría decir que era diferente, pero no que era otra. Era la vida precedente que había adquirido nuevas propiedades, la capacidad de superar todas las debilidades a las cuales estaba sometida antes. Así, Cristo demostró que la vida terrena que recibió en el nacimiento no debe rechazarse y que es capaz de desarrollarse y de crecer hasta la vida eterna. Ni siquiera la muerte logra realmente matarla. Con la resurrección encontraremos lo que habíamos perdido, pero en plenitud y belleza.

En algunas universidades han introducido cátedras sobre la comparación de los diversos sistemas religiosos. A veces esto se hace superficialmente y conduce al indiferentismo. Los estudiantes tienen la impresión de que todas las religiones en el fondo son iguales. Se pierde la fe en la Iglesia y en el mensaje del Evangelio. Sin embargo, se puede estudiar seriamente la ciencia comparada de las religiones, en el esfuerzo de descubrir lo que es igual y los que no lo es. En este caso, se hace un gran servicio al ecumenismo. Así descubriremos que en la profesión de fe, en todo el mundo, existen muchos elementos comunes, fundamentales. Sin embargo, se notarán también diferencias. Lo que distingue al cristianismo de cualquier otra religión es su enseñanza sobre la resurrección, como la conocemos a través del Evangelio. Todas las religiones, como hemos visto, prometen otra vida después de la muerte y esta vida presupone el abandono de la tierra y la subida al cielo. Cristo, por el contrario, enseña el retorno a lo que hemos perdido, el retorno del cielo a la tierra.

San Pablo era plenamente consciente de esta novedad cuando escribió a los corintios: “Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe: todavía estáis en vuestros pecados” (1Cor 15,17). Sin no fuese así nosotros enseñaríamos, aun con algunos matices diversos, lo que dicen las otras religiones. Si, por lo tanto, afirman que la doctrina de la resurrección es expresión de la esperanza humana, no podemos decir que no es verdad, pero para nosotros no es verdad sólo mitológicamente, sino realmente, en la verdad.

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