Por Kenneth Pierce
Cuando se quiere empezar algo en serio uno se traza un plan. No siempre es sensato avanzar a tientas o bajo el primer impulso que a uno le viene. Mucho menos recomendable es empezar sin saber a dónde queremos llegar. San Pedro, un gran santo, nos propone vivir una serie de virtudes que nos pueden dar un orden, y nos recuerda también un presupuesto básico.
¿Cuál es este presupuesto básico? Muy sencillo: la fe (ver 2Pe 1,1.5). No estamos buscando una perfección meramente humana, sino un recorrido que nos haga cada vez más semejante a Jesús. Sin la fe, sin el don de Dios, ese camino sería sencillamente imposible.
Es bueno, entonces, saber dos cosas. En primer lugar la necesidad de pedirle a Dios el don de la fe, y si ya creemos en Él, entonces pedirle que nos ayude a que ella crezca cada día más. “¡Creo, ayuda a mi poca fe!”, clamó un hombre que se dirigió a Jesús (Mc 9,24), y podemos apropiarnos de sus palabras —y de su experiencia quizás tan cercana a la nuestra— para pedirle al Señor lo mismo.
Lo segundo: Nos hemos decidido a vivir la virtud, en los términos en los que el Señor nos propone. Es decir, como un camino de retorno a la semejanza con Él. Es bueno entonces recordar que, mucho antes de que nosotros decidiésemos emprender ese camino, ya estaba Dios invitándonos a hacerlo. Nosotros lo hemos decidido, sí, y es bueno reconocerlo. Al mismo tiempo, reconozcamos que todo camino de seguimiento de Jesús es respuesta a una invitación y a una gracia que Él nos hace. ¡Si piensas en Él, es porque Él te está llamando!
Como siempre, Dios se nos adelante en el bien, y es bueno recordarlo, pues podremos entonces percibir con mayor fuerza que Él está a nuestro lado, y que su amor nos acompaña a lo largo de todo el camino. ¡Y eso nos ayudará a crecer en la fe para avanzar con más fuerza por el camino de la auténtica virtud!