Por Kenneth Pierce
La filadelfia –o amor fraterno– es una virtud que se debe vivir en las familias. Sin embargo, no es exclusivo a ellas, pues también lo podemos vivir en la amistad con otras personas. Sea que lo vivamos en nuestras relaciones familiares, sea que lo vivamos con nuestras amistades, se trata de una virtud en la que debemos crecer cada vez más.
Sobre esto nos podemos hacer una pregunta: ¿Cómo hacemos para crecer en amor fraterno? El Señor Jesús nos da una clave muy interesante. San Marcos nos cuenta que en una ocasión los parientes de Jesús, incluido su madre, lo estaban buscando. Jesús, entonces, respondió: «El que haga la voluntad de Dios, ese es hermano mío, o hermana, o madre» (Mc 3, 35).
En un principio nos puede parecer una especie de condición injusta, pero las palabras del Señor encierran sin embargo una verdad muy profunda. Quien avanza por la vida cumpliendo el plan de Dios avanza por un camino de auténtico amor y libertad. Quien, transformado por la gracia de Dios, avanza por un camino de amor y libertad, se va acercando cada vez a Jesús, hasta decir con San Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
El «amor es fruto de nuestra fe, es decir del descubrimiento que hemos hecho del amor de Cristo que se ha manifestado a nosotros», escribía el P. Ignace de la Potterie. Quien reconoce el amor de Dios en sus vidas se ve impulsado, con la ayuda de la gracia, a emprender un camino que lo lleve a vivir cada vez más ese amor. Ese es el designio que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Amando como Cristo, viviendo como Él, seremos parte de su “familia espiritual”, compartiendo los lazos más sólidos que pueden existir, pues encuentran su fuerza en el Señor Jesús. Nuestros vínculos familiares, nuestros lazos de amistad, serán así más profundos y sólidos, viviendo el amor fraterno que San Pedro nos señala como paso muy importante en el camino hacia la santidad.