Oración del miércoles
La Transfiguración del Señor
«Señor, ¡qué bien estamos aquí!»
+ En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo: Amén.
Oración inicial
Señor, ayúdame a hacer silencio en mi corazón para poder escucharte y acoger lo que me quieres decir. Con tu transfiguración me señalas el norte de eternidad hacia el cual apunta mi vida. Que esa conciencia me acompañe en este momento especial de encuentro contigo.
Acto penitencial
– (Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día).
Gracias Señor por tu misericordia y tu amor. Perdóname por tantos momentos en que pierdo el sentido de mi vida y me quedo en ideales terrenos y pasajeros. Acógeme y sé mi esperanza en el caminar.
Lectura Bíblica: Mt 17,1-9
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Lectura espiritual breve
Leamos con atención estas palabras del Papa Pablo VI:
En la cima del Tabor, durante unos instantes, Cristo levanta el velo que oculta el resplandor de su divinidad y se manifiesta a los testigos elegidos como es realmente, el Hijo de Dios. «El esplendor de la gloria del Padre y la imagen de su substancia» (ver Heb 1,5); pero al mismo tiempo desvela el destino trascendente de nuestra naturaleza humana que Él ha tomado para salvarnos, destinada también ésta (por haber sido redimida por su sacrificio de amor irrevocable) a participar en la plenitud de la vida, en la «herencia de los santos en la luz» (Col 1,12). Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los Apóstoles es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero es también nuestro cuerpo destinado a la gloria; la luz que le inunda es y será también nuestra parte de herencia y de esplendor. Estamos llamados a condividir tan gran gloria, porque somos «partícipes de la divina naturaleza» (2Pe 1,4). Nos espera una suerte incomparable, en el caso de que hayamos hecho honor a nuestra vocación cristiana y hayamos vivido con la lógica consecuencia de palabras y comportamiento, a que nos obligan los compromisos de nuestro bautismo.
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
- – ¿Qué me dice el Evangelio que he leído?
- – ¿Cómo ilumina mi vida?
- – ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
- – ¿Qué me falta para ser más como Él?
Acción de gracias y peticiones personales
Gracias Buen Jesús, por invitarme a participar de la comunión contigo en el Cielo. Que esta oración me ayude a renovarme en mi esfuerzo por alcanzar contigo la santidad y así vivir plena y eternamente lo que tus apóstoles vivieron por unos instantes en el momento de tu transfiguración. Amén.
(Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones).
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Hay tanto que hacer y cada quien tiene su propia tarea en la gesta de nuestro tiempo. Madre Santísima, intercede para que yo reciba la fuerza y el aliciente para cooperar con la gran tarea de cambiar este mundo nuestro poniendo mi grano de arena, que bien podría hacer la diferencia. Amén.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.