Oración del lunes
«Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos»
+ En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo: Amén.
Oración Inicial
Señor Jesús, Tú siempre estás presente en mi vida. Te pido que me ayudes a reconocer tu presencia, a recordar en todo momento de este día que me acompañas, y que siempre me estás invitando a seguirte cada vez más de cerca.
Acto penitencial
– (Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día).
Tú presencia, Señor mío, me recuerda lo mucho que me falta por ser más como Tú. Al mismo tiempo, Tú cercanía me recuerda tu infinito amor, y sé que me amas más de lo que puedo comprender. Ayúdame, Señor, a recibir tu misericordia y a crecer en amor a ti y a tus designios.
Lectura Bíblica según el Evangelio del día: «Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos» (San Mateo 8,18-22)
Jesús, al verse rodeado por la multitud, dio orden de cruzar a la otra orilla.
Entonces se le acercó un maestro de la Ley y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.»
Otro de sus discípulos le dijo: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.» Jesús le contestó: «Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.»
Lectura Espiritual breve
– San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia, nos ayuda a meditar sobre este pasaje:
Por supuesto, hay sobre la tierra príncipes compasivos, para los que es una alegría dedicar sus tesoros al alivio de los pobres; ¿pero hemos encontrado alguna vez, un rey que para aliviar a los pobres, hubiera adoptado su condición, como lo hizo Jesucristo? Contamos como un prodigio de caridad que el rey san Eduardo, encontrando sobre su camino a un mendigo paralítico y abandonado por todos, lo tomó afectuosamente sobre sus hombros y lo llevó a la iglesia. Por cierto, esto fue un gran acto de caridad, que llenó a los pueblos de admiración; pero, después de este acto, San Eduardo no abandonó la realeza, ni las riquezas que poseía.
Jesús, al contrario, Rey del cielo y de la tierra, no se contenta, para salvar al hombre, su oveja perdida, con descender del cielo en su búsqueda y de ponerla sobre su hombro (Lc 15,5): no vacila en librarse de su majestad, de sus riquezas y de sus honores. Se hace pobre, el más pobre de todos los hombres.
San Pedro Damián dice que esconde su púrpura, es decir su majestad divina, bajo la apariencia de un pobre obrero. Santo Gregorio Nacianceno exclama: “el mismo que da a los ricos sus riquezas, escoge la pobreza, con el fin de obtenernos por sus méritos, no los bienes terrenales y perecederos de aquí abajo, sino los bienes celestes que son inmensos y eternos”. Su ejemplo nos invita a desprendernos de riquezas de este mundo que nos ponen en peligro de perdernos para siempre (cf Mc 10,23).
Breve meditación personal
– (Haz silencio en tu interior y pregúntate):
1.- ¿Qué me dice el evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.-¿Qué me falta para ser más como Él?
Acción de gracias y peticiones personales
Te agradezco, Dios mío, por este momento de oración, y porque me recuerdas que si bien no es fácil seguirte y ser un cristiano coherente, cuento siempre con la fuerza de tu amor y de tu gracia. Ayúdame a seguirte, Señor Jesús, por cualquier camino al que me llames, confiando plenamente en tu ayuda y cercanía.
Amén
– (Si quieres, puedes hacer pedirle al Señor por tus intenciones.)
– Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
– Termina esta oración rezándole a María.
Hay tanto que hacer
y cada quien
tiene su propia tarea
en la gesta
de nuestro tiempo.
Madre Santísima,
intercede para que
yo reciba la fuerza
y el aliciente
para cooperar
con la gran tarea
de cambiar este mundo nuestro
poniendo mi grano de arena,
que bien podría
hacer la diferencia.
Amén.
+ En el nombre del Padre y, del Hijo, y del Espíritu Santo: Amén.