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¡No enterremos los talentos!

Por Ignacio Blanco

Evangelio según san Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que cosecho donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».

El talento era una moneda de plata en uso en la época de Jesús. Un talento era una cantidad considerable de dinero. Es interesante notar cómo la acepción de la palabra talento en nuestra cultura se ha alejado de la referencia a la moneda greco-romana pasando a referirse a la capacidad de una persona, a su aptitud o inteligencia. El significado en el diccionario de talento hoy por hoy tiene cuatro acepciones. Las tres primeras con la connotación de aptitud, inteligencia y sólo la cuarta se refiere a la antigua moneda. Hoy cuando decimos que una persona es “talentosa” o que para realizar una determinada actividad se requiere “mucho talento” ciertamente lo primero que pensamos no es que la persona “tiene dinero” o que se requiere “mucho dinero”. Pensamos que es capaz (dotada) o que se requiere mucha destreza (habilidad).

Se dice que la célebre “parábola de los talentos” ha tenido no poco que ver con la configuración del significado en nuestro lenguaje de la palabra “talento”. Más allá de la curiosidad lingüística, esto nos dice mucho en relación al mensaje del Señor en este pasaje del Evangelio. Para decirlo con palabras del Papa Benedicto XVI, «con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir». Por ello, continuando con la enseñanza de la parábola, «sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia» (Benedicto XVI).

Así, pues, tal como los siervos recibieron los talentos (dinero) de su señor y luego éste regresó para pedir cuentas de lo entregado y dar a cada uno según esa gestión, a nosotros se nos pedirán cuentas de los talentos (dones, capacidades) que hemos recibido de Dios en nuestra vida. Ciertamente la riqueza de la reflexión espiritual no se agota en las capacidades o habilidades que podamos haber recibido “de nacimiento”, como pueden ser la inteligencia, la sociabilidad, la habilidad para un deporte, la natural habilidad para la música o el arte entre otras tantas. Todos ellos son talentos y si los tenemos por algo será. Es bueno notar, de paso, que a cada uno de los siervos su señor les pide cuenta de acuerdo a lo que recibió. Por tanto, no cabe compararse con lo que el otro tiene y yo no. El Señor nos pedirá de acuerdo a lo que cada uno ha recibido, según sus circunstancias y posibilidades.

Pero volviendo al símil con la parábola quizá el primer talento que hemos recibido de Dios es el de la propia vida. Y en ella recibimos otros talentos en orden a que podamos vivir nuestra vida en Él y así alcancemos la salvación y la felicidad. Pensemos, por ejemplo, en los dones que recibimos en los Sacramentos, como el Bautismo o la Confirmación. Allí El Señor nos confía unos “talentos” que deben fructificar. ¿Cómo fructifican? En la medida en que vivimos la dinámica del Evangelio: amar, dar, salir de nosotros mismos, comprometiéndonos con Jesús y con los demás.

Tal vez encontremos una clave reveladora si nos preguntamos: ¿Qué es lo que al señor del Evangelio le molesta más del siervo que entierra el talento recibido? Recordemos que al final de la parábola ordena que a ese siervo se le quite lo que recibió y que se le eche fuera de su casa. Duro final. ¿Lo que molesta tanto al hombre es que no recibe una ganancia por lo que le dejó al siervo o será la actitud de fondo que lo llevó a enterrar el talento?

En el caso de los dos primeros, nos dice el Evangelio, enseguida se fueron a negociar con los talentos y doblaron la cantidad recibida. Se nota un compromiso con lo que reciben, están dispuestos a “salir a negociar”, a arriesgar, como diríamos coloquialmente “a ensuciarse las manos”. El tercero, por el contrario, hace un hoyo en la tierra y esconde lo que ha recibido. Éste evidencia temor, falta de compromiso, incluso cierta desconfianza y estrechez de visión como se manifiesta en las palabras con las que responde a su señor: “Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.

El que teme, esconde, no quiere arriesgar ni comprometerse y en el fondo no confía. A la luz de este Evangelio, preguntémonos en presencia de Jesús: ¿Confío en Él? ¿Es Él el fundamento y sustento de toda mi vida? Si confiamos viviremos la libertad de los hijos de Dios que nos permite “salir a negociar”, dar y compartir, poner nuestra vida en “actitud de salida, de entrega”.

El Papa Francisco dirige una interpelantes preguntas a un grupo de jóvenes que bien pueden aplicarse a todos nosotros en relación con lo que venimos reflexionando: «A ustedes, que están en el comienzo del camino de la vida, les pregunto: ¿han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo pueden ponerlos al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por ideales grandes, esos ideales que ensanchan el corazón, los ideales de servicio que harán fecundos sus talentos. La vida no se nos da para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tengan un ánimo grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes!». Soñemos con una vida en Cristo, con un mundo que sea cada vez más conforme a su Evangelio y, desde lo que a cada uno le toca, pongamos nuestro grano de arena para que así sea.

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