Por Kenneth Pierce.
En las últimas semanas hemos reflexionado sobre el llamado que nos hace San Pedro a añadir a nuestra fe la virtud. La virtud, el primer paso que nos propone el apóstol en su escalera espiritual, nos lleva a tener señorío de nosotros mismos. Se trata de un esfuerzo por colaborar con la gracia para poner orden en nuestro interior.
La modernidad, junto a muchas cosas buenas que ofrece, dificulta tantas veces la tarea de escucharse y de mirar nuestra interioridad. Sin embargo, si no miramos nuestro interior será muy difícil poner la armonía y el orden que requiere el señorío de uno mismo. Hoy, además, nos hemos acostumbrado demasiado al ruido, a la bulla y también a tantas distracciones que nos llevan a vivir de modo superficial.
Existe, sin embargo, un medio para poco a poco ir ganando de nuevo ese señorío sobre nosotros mismos. Se trata de vivir los “silencios”. Estos silencios no hacen referencia a una mera ausencia de ruido. Son, mas bien, un camino que a través de la disciplina de ciertas facultades va introduciendo orden en nuestro interior.
Imaginemos por un momento una casa un poco abandonada, con las ventanas sucias y el interior descuidado. Es difícil incluso entrar porque la cerradura no funciona. Empezamos con algo exterior como arreglar la cerradura y limpiar las ventanas. Eso nos permite entrar e iluminar lo interior, y así empezamos a poner orden también adentro de la casa.
Algo similar puede ocurrir cuando queremos cambiar y ser mejores. El ser humano es una unidad bio-psico-espiritual. Si mejoramos en una dimensión, eso beneficiará también a las otras. Del mismo modo, para ir poniendo orden en nuestro interior puede ayudar muchísimo empezar a poner orden en nuestro exterior. Así como las ventanas de la casa -algo exterior- hay también en nuestra vida aspectos de nuestro exterior que podemos ir transformando para ayudar en esta recuperación de la unidad interior.
Los silencios precisamente nos ayudan a eso. Así, por ejemplo, el silencio de palabra o el silencio de vista, entre otros. Aprender a utilizar estas facultades correctamente, algo que a veces hacemos muy poco, resultará muy valioso para avanzar por el camino de la virtud.