Lo que nos dice un amanecer

Por Kenneth Pierce

sunrise_22_1680x1050Al reflexionar sobre la piedad descubrimos que hay muchos medios para encontrarnos con Dios y lograr iluminar nuestra vida con la luz de su presencia. Entre estos medios –quizás el más a nuestro alcance– se encuentra la creación. La piedad supone estar atentos a las huellas y signos de Dios en el mundo. En este sentido, basta elevar los ojos al cielo para hacernos una idea de la grandeza de la creación, y con ello atisbar la infinidad de Dios y su amor por nosotros.

La naturaleza es lugar privilegiado para encontrarnos con Dios pues ella lleva la huella del Creador. Quizás es fácil percibirlo cuando contemplamos un hermoso amanecer, una puesta de sol que desaparece en la infinitud del océano, o cuando en una noche clara las estrellas nos deslumbran y nos perdemos calculando su número. Una montaña, tan majestuosa como inconmovible, nos habla desde siglos previos al peregrinar del hombre sobre la tierra, y nos ayuda a percibir lo efímero de nuestro tránsito por este mundo.

Incluso el desierto, en apariencia seco y vacío, esconde vida, y la vastedad de sus arenas y dunas nos sobrecogen. Un sencillo jardín, por más pequeño que sea, oculta un ritmo de vida inusitado. La lluvia nos da vida y nos hace elevar la mirada cuestionados por su origen. Una brisa sencilla nos refresca y alivia el espíritu, haciéndonos más ligeros para dar gloria a Dios.

La increíble variedad de creaturas, algunas de gran belleza, otras de apariencia ingeniosa, microscópicas o enormes, agradables, exóticas, alucinantes, atractivas o grotescas, dan testimonio de que la creatividad de Dios no tiene límites.

Hay mil maneras para que la naturaleza nos lleve a Dios. Exige de nosotros, tan solo, un poco de atención. Que nos detengamos por un momento, que nos hagamos sensibles, aunque sea por un segundo, para maravillarnos del grandioso escenario que el Señor ha dado a nuestras vidas terrenas.

La naturaleza no es Dios, pero Dios se lució en la creación del mundo. No hay que ser gran artista, ni profundo erudito, ni entendido biólogo, para abrir los ojos del alma y descubrir la huella de Dios en su creación. Cualquiera lo puede hacer, y en cualquier momento. Eso sí: cuando lo hagamos podremos ser más dichosos que los artistas y eruditos, que los entendidos y sabios de este mundo.

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