Por Kenneth Pierce
Cuando queremos vivir el amor fraterno al cual nos invita San Pedro descubrimos que tenemos muchos hábitos que nos dificultan la vivencia de esta virtud. Uno de estos obstáculos es, como señaló el Papa Francisco hace poco, la murmuración. Quizás alguna vez incluso nos ha sucedido que murmuramos o hablamos mal de personas a quienes queremos, hiriendo a quienes nos son cercanos y también, es importante notarlo, a nosotros mismos.
Es normal que en ciertas situaciones algunos hábitos o actitudes de otros nos puedan irritar, pero ello nunca debe llevarnos a hablar mal de los demás. A veces precisamente lo que nos irrita de otros es algún hábito malo que también tenemos nosotros, lo que hace doblemente injusta la murmuración.
Al respecto el Papa Francisco decía algo muy cierto. Haciendo un paralelo con Judas que vendió al Señor Jesús por unas monedas de plata, señalaba que cuando caemos en la habladuría o la murmuración realizamos en un sentido “una venta”. La otra persona se convierte en una “mercancía”, y la tratamos como un objeto y no como una persona.
Incluso si la otra persona ha hecho algo reprobable lo que necesita es nuestra caridad y ayuda, no nuestro juicio y condenación.
Si nos damos cuenta, explicaba el Papa, de que nuestro hablar puede hacer mal a alguien, «recemos al Señor, hablemos con el Señor de esto, por el bien del otro: Señor, ayúdale». No debo ser yo -decía- quien «haga justicia con mi lengua. Pidamos esta gracia al Señor».