En la vida cristiana, la celebración de la Eucaristía debe ser el centro y la fuente de la cual manará toda la fuerza para que podamos vivir vivirla plenamente. El Domingo, es el “Dies Domini” o día del Señor. Es el día en que los cristianos nos reunimos como una misma familia entorno a la mesa del Altar para celebrar juntos la Pascua de Nuestro Señor.
Eusebio de Alejandría tiene unas hermosas palabras que nos ayudarán a comprender esto:
“La semana consta de siete días. Dios nos ha dado seis para trabajar, uno para orar, descansar y liberarnos de nuestros pecados. Si hemos cometido faltas durante los seis días, podemos repararlas el domingo reconciliándonos con Dios.
“Dirígete, pues, de buena mañana a la iglesia de Dios, acércate al Señor para confesarle tus pecados, ofrécele tu oración y el arrepentimiento de un corazón contrito. Estate atento durante la santa liturgia, acaba tu oración y no salgas antes de la despedida de la asamblea. Contempla a tu Señor mientras se parte el pan consagrado y se distribuye sin que se destruya. Y si tu conciencia es pura, acércate y comulga del cuerpo y de la sangre del Señor. Si, al contrario, la conciencia te acusa por tus malas acciones, no vayas hasta que no te purifiques de tus culpas por el arrepentimiento.
“Este día, el domingo, se nos ofrece como ocasión para la oración y el descanso. “Este es el día que hizo el Señor, hagamos fiesta y alegrémonos en él.” (Sal 117,24) Demos gloria a aquel que resucitó en este día, y al Padre en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén”.