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La grandeza de ánimo

Por Kenneth Pierce

Es por lo general natural que aquellas situaciones o acciones que consideramos equivocadas sean sujeto de nuestra crítica. No está mal, pues la crítica, cuando es constructiva, puede ser un paso importante para cambiar y mejorar una situación. Sin embargo, si somos sinceros, nuestra crítica no siempre es constructiva y se convierte más en una queja frente a algo que nos molesta (y que no siempre está mal en sí mismo).

Muchas veces somos muy fáciles para criticar, pero no damos el siguiente paso. Pueden haber razones importantes para no hacerlo. A veces, por el contrario, esas razones obedecen a una actitud pusilánime. ¿Qué significa esta palabra? Hace referencia al hábito de quien, por miedo excesivo ante el fracaso o la duda, prefiere no actuar. El temor de equivocarse, el pensar que no se vale o la duda acerca de sus capacidades, lleva a la persona pusilánime a la peor de las decisiones: no hacer absolutamente nada. Viene a la mente aquella frase tan conocida: para que el mal triunfe basta con que las personas de bien no hagan nada.

La pusilanimidad es falta de ánimo y escasez de valor para asumir las desgracias, dificultades o sufrimientos. Impide intentar cosas grandes (que siempre suponen retos y obstáculos) y sume a la persona en la mediocridad absoluta. En el fondo, es una gran desconfianza acerca del valor de uno mismo y también de Dios, que a todos nos ha dado talentos suficientes y a todos nos acompaña, dándonos la fuerza para salir adelante.

La virtud contraria es la magnanimidad. Esta palabra viene del latín y hace referencia a la grandeza de ánimo. La magnanimidad implica una nobleza de carácter que lleva a la persona a realizar grandes cosas por un fin más alto. No es una ambición egoísta, pues procura un bien superior. Implica ideales elevados como la generosidad y la valentía. El magnánimo vive en armonía con sus convicciones y sabe ponerse al servicio de un ideal mayor que él.

La mayor magnanimidad es aquella que nos acerca al Señor Jesús, que vivió el ideal más grande posible: la entrega de su vida para la salvación de los hombres. La vida nos ofrece multitud de ocasiones para ser magnánimos, para no ser solo de aquellos que critican cómodamente desde un sillón, sino para transformar realmente el mundo asumiendo el altísimo ideal de la vida cristiana.

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