El Santo Padre en la catequesis de este miércoles continuó sus enseñanzas en torno a la Fe… Les compartimos unos breves extractos que nos ayudarán qué significa nuestra Fe, y como debemos vivirla más plenamente.
“En la actualidad, junto con tantos signos buenos, crece también en nuestro alrededor un desierto espiritual. A veces, se tiene la sensación – ante ciertos acontecimientos de los que recibimos noticias cada día – de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y pacífica, las mismas ideas de progreso y bienestar muestran también sus sombras. A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los avances de la tecnología, el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia … Además, un cierto tipo de cultura ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, en lo posible, a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Pero por otro lado, aumenta también el número de personas que se sienten desorientadas y que tratan de ir más allá de una visión puramente horizontal de la realidad, que están dispuestas a creer en todo y su contrario. En este contexto, vuelven a surgir algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿en qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr en la vida un resultado bueno y feliz resultado ser un éxito y una vida feliz? ¿qué nos espera más allá del umbral de la muerte?”.
“De estas preguntas que no se logran apagar, emerge cómo el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación, en una palabra, el conocimiento de la ciencia, si bien son importantes para la vida humana, no son suficientes. Nosotros necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: en una confiada entrega a un “Tú”, que es Dios, el cual me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia”.
“La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y me ama, es adhesión a un “Tú” que me da esperanza y confianza. Ciertamente, esta unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a cada uno de nosotros. Aún más, Dios ha revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, en la forma más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo hasta el sacrificio total”.
“Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación Tener fe, entonces, es encontrar a ese “Tú,” a Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es entregarme a Dios con la actitud confiada de un niño, que sabe que todas sus dificultades y todos sus problemas están a salvo en el “tú” de la madre. Y esta posibilidad de la salvación por medio de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres”.
“La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. Creer es confiarse libremente y con alegría al plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, como lo hizo María de Nazaret. La fe es, pues, un consentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su “sí” a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este “sí” transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de sentido, que la hace nueva, rica de alegría y esperanza fiable”.