Por Kenneth Pierce
Ser sobrios y moderados en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones es algo necesario en el uso de las cosas buenas de la vida y un escalón más para avanzar por el camino de la santidad. La enkráteia, es decir la templanza o dominio propio, nos ayuda a alcanzar ese dominio propio al cual nos invita el apóstol San Pedro.
En la antigüedad algunos filósofos griegos y romanos decían que el hombre necesitaba una indiferencia emocional frente a los avatares de nuestra existencia. Consideraban las pasiones como algo malo e irracional, y por eso proponían una “apatía”, es decir, una “ausencia de pasiones”. Marco Aurelio, por ejemplo, quien fue un emperador romano pero también un filósofo, decía: «el primer precepto: no te dejes impresionar por nada».
Quizás en el fondo lo que Marco Aurelio nos proponía es ser como una especie de roca, impasible, inconmovible. Sin embargo ¡Qué distintos somos! Las emociones, las pasiones, los sentimientos, son parte de nosotros y no es necesario negarlas ni eliminarlas.
Comprender esto es importante porque la enkráteia a la que nos invita San Pedro no es negar una parte de nosotros. Por el contrario, se trata de un dominio que tiene en su origen una opción positiva por el ser humano. La enkráteia no es una virtud que se comprende exclusivamente como represión, freno, limitación, “cerrojo”. A veces –influenciados por lo que mucha gente que no conoce bien el cristianismo nos dice– entendemos el dominio al cual nos llama el Señor Jesús como una negación de una parte de nosotros.
El horizonte de la enkráteia es siempre positivo y apunta a que vivamos con rectitud y dominio personal. Los sentimientos, las pasiones, los gozos, las emociones, forman parte de nuestra vida y pueden ser de gran ayuda para una vida santa. Aquellas palabras del Papa Benedicto XVI al inicio de su pontificado iluminan mucho la comprensión de la enkráteia: «quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande (…) ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo».