Por Kenneth Pierce
San Pedro invita a vivir la agape –caridad– como cumbre de su escalera espiritual. La invitación de San Pedro nos recuerda una de las grandes lecciones que nos dejó el Señor Jesús, pues también Cristo, poco antes de su Pasión, señaló la agape como una de las características distintivas del cristiano.
«Este es el mandamiento mío, que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12), dijo el Señor en la Última Cena. Jesús usó la misma palabra –agape– que utilizaría años más tarde San Pedro, lo que nos ilumina mucho en el sentido que esa palabra tenía para quien fue la cabeza de los apóstoles.
Ese sentido, aprendido del mismo Señor Jesús, señala el mandamiento de la caridad como la plenitud de la vida cristiana, y nos propone un modelo: el amor de Jesús por cada uno de nosotros. Ese amor, como sabemos, se vivió hasta el extremo, en la donación y entrega.
El mismo Cristo nos lo dice: «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros», y añade una clave preciosa para vivir este amor: «Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor» (Jn 15,9-10).
Dios señala un camino concreto para vivir la agape, que es el cumplimiento de sus mandamientos, que tienen como esencia aquel «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo». No es, pues, un camino abstracto, ni vago, ni un mero cumplimiento de actividades. Se trata, por el contrario, de todo un programa de vida que, firmemente nutrido en el amor a Dios, nos convierte en rostro concreto del amor universal de Dios para todos aquellos que nos rodean.