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Evangelio del Domingo: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Evangelio según san Lucas 2,16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

“¿El primero de enero hay que ir a Misa?”. Muchas veces hemos escuchado o quizá hecho esta pregunta. Todavía persiste la confusión de si es o no una fiesta de guardar. Pues sí. El primero de enero, después de la fiesta de año nuevo, del madrugón, el baile, la celebración, la Iglesia nos invita a ir a Misa. Y este año, además, cayó Domingo así que no hay lugar a la confusión. Antes de lanzar algunos improperios contra la Iglesia retrógrada o poco ajustada a los nuevos tiempos, reflexionemos un poquito sobre la razón de esta fiesta, que en realidad es una Solemnidad, es decir una celebración del más alto rango, y veamos cómo nos puede ayudar a iniciar con buen pie el año nuevo.

Santa María, Madre de Dios. Es un título que le damos a la Virgen María que de alguna manera sintetiza mucho de lo que nuestra fe nos enseña sobre Jesús y sobre María. Al decir que María es Madre de Dios estamos reconociendo que Jesús, el Niño cuyo nacimiento en Belén acabamos de celebrar, es verdaderamente Dios. Es verdadero Dios y es verdadero hombre. El Catecismo nos lo explica así: «Llamada en los evangelios “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como “la madre de mi Señor” desde antes del nacimiento de su hijo. En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la Segunda persona de la Santísima Trinidad». Por cierto, para llegar a la afirmación de esta verdad, nuestros ancestros en la fe tuvieron que trabajar duro y con no poca polémica (si alguno quiere leer algo conciso al respecto puede ver el Catecismo de la Iglesia Católica n. 464-469).

Tal vez una bonita manera de aproximarnos a la celebración de esta Solemnidad el primer día del año civil sea que ella nos permite comenzar el nuevo año desde lo esencial de nuestra fe, y hacerlo de la mano de Santa María. Es como que María, que también es nuestra Madre y se preocupa por nuestro crecimiento espiritual, nos dijera: “dándote el tiempo y el espacio para celebrar esta fiesta, vas a verte llevado por mí hacia Jesús, mi Hijo, tu Salvador. No desaproveches la oportunidad de comenzar tu nuevo año en su presencia”.

El Evangelio hoy nos narra la visita y adoración de los pastores al Niño recién nacido. María, en el pesebre junto a José, es quien les muestra a Jesús. Lo mismo hace hoy con nosotros. María nos muestra a Jesús, nos invita a considerar lo esencial de quién es Aquel a quien concibió milagrosamente en su seno y trajo al mundo, qué es lo que ha hecho por nosotros y qué nos invita a vivir hoy. Si bien se nos da hoy la ocasión de venerar a Santa María, de celebrar su fiesta, de cantarle y pedir su intercesión, sabemos bien que Ella nunca va a permitir que “nos quedemos ahí”. Es decir, Ella siempre nos va a llevar a un encuentro más pleno con su Hijo. Va a recibir nuestro amor de hijos, como solo una madre sabe hacerlo, y nos va procurar todos los cuidados espirituales que necesitemos. Mientras más nos acerquemos a María, mientras más le recemos, le pidamos, más nos veremos conducidos por Ella a Jesús, más nos enseñará Ella a amar a Jesús, a conocerlo más, a seguirlo con mayor fidelidad.

Desde esa óptica comenzamos un nuevo año con la mirada puesta en Cristo, con nuestras resoluciones y esperanzas enraizadas en Él, con nuestros deseos y buenos propósitos confiados a su providencia. Comenzamos agarrados del manto maternal y protector de nuestra Madre María que nos quiere mucho y busca ayudarnos a ser mejores cristianos y mejores personas. Vale la pena hacer el esfuerzo, darse el tiempo y celebrar esta linda Solemnidad tan cargada de sentido y de esperanza.

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