Oración del lunes:
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Buen Jesús, hoy nuevamente me pongo en tu presencia, porque tengo un gran anhelo de encontrarme contigo. Sé que la amistad hay que construirla día a día, así como la construyeron todos los Santos que están en tu presencia. Ayúdame a que esta oración me ayude a conocerte más, para poder seguirte cada vez más fielmente.
Acto penitencial
Hago en silencio un breve examen de conciencia de mi último día.
Quiero decirte también Jesús, que junto con el amor que te tengo, descubro en mi interior una contradicción muy profunda, pues mis obras muchas veces me alejan de Ti. Te pido perdón Señor de todo corazón por mis pecados, y te pido que el testimonio de tus Santos me ayuden a ser más coherente con el infinito amor que me tienes.
Lectura bíblica según el Evangelio del día: “Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo” Mt 5,1-12a.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Lectura espiritual breve
Lee y reflexiona con este texto del Padre Christian Vinces:
Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos y en ella conmemoramos a todos nuestros hermanos en la fe que han alcanzado la gloria del Cielo, la plenitud de la dicha a la cual todos caminamos y que Jesús nos promete en su Evangelio.
Leemos hoy las Bienaventuranzas. En ellas Jesús habla a sus discípulos, a los que estaban ahí en el Monte y a los discípulos de todos los tiempos, por ello, nos habla también a nosotros. En las Bienaventuranzas Jesús nos propone el camino, el estilo de vida que nos llevará a la dicha ya aquí en la tierra y a la plenitud en el Cielo, como la viven los santos que hoy celebramos.
Sin embargo, algo nos puede sonar contradictorio. ¿Cómo pueden ser felices los que lloran, los que pasan hambre, los perseguidos? Estas duras realidades, por las que pasamos muchas veces los discípulos de Jesús, pueden ser ocasión de dicha pues el primero que las ha vivido ha sido el mismo Cristo, y en Él han sido transformadas en camino de salvación para uno mismo y para todo el mundo. Vivir las Bienaventuranzas nos acerca a Jesús, a su estilo de vida, y al compartir su vida entramos en una intensa comunión de amistad con Él. La amistad con Él se convierte en la fuente de nuestra dicha. Es en la amistad con Jesús como podemos ver la realidad desde los ojos de fe y reconocer en nuestra propia vida que la Cruz es el camino a la Resurrección y la gloria
Breve meditación personal
Haz silencio en tu interior y pregúntate:
1.- ¿Anhelo ser santo? ¿Sueño con participar de la gloria eterna del Cielo en compañía de los santos que hoy celebramos?
2.- ¿Cómo puedo asemejar más mi vida al estilo de vida que presentan las Bienaventuranzas?
Acción de gracias y peticiones personales
Jesús amigo, que el poder de tu resurrección toque todo lo que está muerto en mí, y lo devuelva otra vez a la vida. Que sea coherente Señor con tus enseñanzas y encarne en mi propia vida las bienaventuranzas que me has enseñado para que pueda algún día gozar junto con todos los santos de tu felicidad eterna.
Amén.
Si quieres, puedes pedirle al Señor por tus intenciones.
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María
Encomendémonos a nuestra Madre rezando:
Acuérdate,
¡oh piadosísima, Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que
han acudido a tu protección,
implorando tu auxilio
haya sido abandonado de Ti.
Animado con esta confianza,
a Ti también yo acudo,
y me atrevo a implorarte
a pesar del peso de mis pecados.
¡Oh Madre del Verbo!,
no desatiendas mis súplicas,
antes bien acógelas benignamente. Amén
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.