Por Kenneth Pierce
La virtud de la caridad, a la que nos invita San Pedro en su escalera espiritual, nos lleva a un amor que podemos describir como “personalizante”. ¿Qué significa esto? Significa dos cosas:
Significa, en primer lugar, que nos lleva a amar a las personas concretas. No se puede amar “en masa”, puesto que el ejercicio de la caridad nos lleva a servir a una persona con nombre y rostro propio. Quien ama a Dios, decía San Juan, «ame también a su hermano» (1Jn 4,21). No se puede amar sin que ese amor alcance a personas concretas. Incluso la oración, como acto de amor, repercute también en personas concretas, aunque no las conozcamos.
Significa, en segundo lugar, que la vivencia de la caridad nos personaliza. Es decir, quien vive la caridad crece en humanidad. Nos hace mejores personas, y nos acerca al ideal de quien es humanidad plena: el Señor Jesús. Eso significa, además, que nos acerca y asemeja a Dios.
Qué poco conscientes somos, a veces, del gran bien que nos hacemos y hacemos a los demás cuando vivimos la caridad.