Por Kenneth Pierce
Cuántas veces hemos escuchado decir que el seguir a Cristo significa renunciar a las cosas buenas de la vida. Quizás en más de una ocasión nos hemos encontrado con alguna persona que, en cierto sentido, se escandaliza del cristianismo por considerarlo “anti natural”. De hecho en un mundo que está tan entregado a los placeres y a la satisfacción de los caprichos muchos aspectos del seguimiento del Señor Jesús pueden chocar o resultar incomprendidos. Frente a esto recordábamos la semana pasada aquella frase del Papa Benedicto XVI afirmando que Dios “no quita nada y lo da todo”, resaltando así que quien sigue a Cristo no pierde nada de lo auténticamente valioso.
Cuando se habla de “renuncia” se suele hacer muy pronto un juicio sobre la fe católica y hasta resulta ocasión de criticar a quienes siguen a Cristo y las enseñanzas de la Iglesia. Lo curioso es que muchas cosas de nuestra vida exigen cierta renuncia. Lo vemos, quizás de modo muy sencillo, en el deporte. Muchos profesionales del deporte deben renunciar a distintas cosas para poder dedicarse mejor a lo que hacen. Nadie se escandaliza, por ejemplo, si un futbolista renuncia a salir una noche cuando al día siguiente tiene un compromiso deportivo. Nadie tampoco se escandaliza de una nadadora que pasa cuatro horas al día entrenando en una piscina.
Esto, en primer lugar, llama la atención sobre el doble estándar que en éste, como en otros casos, se aplica al cristianismo. Las renuncias que en otros ámbitos se ven como naturales y comprensibles, se critican o malinterpretan si el fin es seguir a Cristo.
Otro aspecto interesante es tomar conciencia de que por lo general las renuncias se realizan con miras a un fin mayor. En el caso de los deportes el fin será ser un mejor deportista o ganar una competición. En el caso del cristiano el fin será la santidad. No se trata entonces solo de una renuncia, sino en el fondo de una opción. Quizás eso ilumina acerca del doble estándar, pues quien opta por Cristo y quiere hacer de su vida un camino de santidad, siempre cuestionará a los que permanecen en una vida con aspiraciones menos trascendentes.
De lo hasta aquí señalado se desprende otra conclusión que a veces no queremos hacer. Sucede que los cristianos, quienes profesamos seguir a Cristo, quienes decimos que tenemos por ideal al Señor, también tenemos muchas veces un doble estándar. Por un lado somos capaces de renunciar a tantas cosas cuando realmente queremos algo que nos gusta (y que en muchas ocasiones no necesitamos) pero no siempre tenemos la misma actitud con aquello que se relaciona directamente con nuestra santidad. Entonces hallamos miles de excusas para evitar renunciar a lo que nos haría bien dejar.
La templanza a la que nos invita San Pedro significa a veces renuncia, pero solo se entiende si es en primer lugar una opción por el Señor Jesús. En esa opción por el Señor encontramos luz y fuerza para utilizar según su Plan tantas cosas buenas que tiene la vida. El cristianismo, incluso cuando implica renuncia a ciertas cosas, siempre es un sendero positivo de opción por el amor, por Dios. No hay dobles estándares para el cristiano, sino una sola medida: el Señor Jesús.