Por Kenneth Pierce
La alegría tiene una íntima relación con la virtud de la esperanza. Por más dificultades que hallemos la esperanza nos recuerda que Dios siempre está con nosotros y nos da su fuerza, y eso es fuente inagotable de alegría. San Pablo lo señaló con mucha claridad. «Estén siempre alegres en el Señor» escribió a los Filipenses, añadiendo: «El Señor está cerca». Dios se hizo hombre para estar con nosotros y su venida al mundo es cumplimiento de sus promesas.
Pasarán los días e iremos avanzando jornada tras jornada, semana tras semana, recorriendo los días del año. El ritmo de la vida, del trabajo, de las ocupaciones y preocupaciones, a veces nos sumerge en un horizonte más plano. No debe, sin embargo, ser razón para perder de vista la cercanía de Dios, ni la alegría, ni mucho menos la esperanza.
No podemos olvidar que Dios está siempre cerca. ¿Dónde está Dios? A una oración de distancia. Muchas veces nos preguntamos por Él, nos damos cuenta que lo necesitamos, que buscamos su ayuda. Nos olvidamos, tantas veces, que está muy, muy cerca, y que basta que elevemos un poco el espíritu para poder dirigirnos a El. Dios nos escucha y responde siempre. No importa el momento, no importa la circunstancia. Está constantemente a nuestro lado, y su puerta permanece siempre abierta, en toda ocasión, pues es tercamente fiel a sus promesas.
La esperanza es propia del cristiano, como lo es la alegría que brota de ella. Van siempre juntas, haciéndonos en la tierra ciudadanos del cielo.