Domingo con Xto: ¿Yo también he sido enviado?

Por Ignacio Blanco

¿Yo también he sido enviado?

¿Cuántas veces hemos escuchado decir que “todo cristiano está llamado al apostolado”? El Evangelio de este Domingo nos da la oportunidad de reflexionar sobre cuán cierta es esta frase y cómo la vivimos en nuestra vida cristiana.

Muchas veces, tal vez por influjo de visiones parciales de lo que es la Iglesia o por nuestra propia ignorancia o simplemente por indiferencia, podemos creer que la misión apostólica de la Iglesia está solamente en manos de aquellos que dedican su vida por completo a esa tarea: obispos, sacerdotes, consagrados. ¿Cuántas veces nos hemos referido a la Iglesia —o hemos escuchado a otros hacerlo—como a una realidad ajena a nosotros? “La Iglesia tal cosa”; “la Iglesia tal otra”; “la Iglesia debería hacer esto o aquello”. Ellos. A nosotros no nos toca.

Pero no. La realidad es otra. Todos los bautizados somos Iglesia. Y todo bautizado ha recibido, desde el momento en que ha sido incorporado al Cuerpo de Cristo, la misión de anunciar la Buena Nueva. «Todo cristiano está llamado al apostolado; todo laico está llamado a comprometerse personalmente en el testimonio participando en la misión de la Iglesia» (Beato Juan Pablo II). Ciertamente, cada uno lo hará de acuerdo a su propio estado de vida, y según sus posibilidades y realidad concreta. Pero lo fundamental, como enseña el Concilio Vaticano II, es tener bien claro que «la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado».

El origen último de estas enseñanzas está en el envío que hace el mismo Jesús a sus discípulos. Él es quien nos envía a anunciar el Evangelio. En este sentido, el Señor nos da este Domingo por lo menos dos enseñanzas, íntimamente relacionadas, que conviene interiorizar.

Cuando envía a los apóstoles, Jesús les dice que no lleven nada consigo sino un báculo (un bastón) para el camino. Manifiesta así la radicalidad de la tarea apostólica. La seguridad en la misión apostólica no está nunca puesta en los medios humanos (representados en el Evangelio por el alimento, el dinero, el vestido de recambio). La fuerza, la autenticidad y veracidad del anuncio, la seguridad, viene sólo de Aquel a quien se predica, de Aquel que nos envía. Todo el resto son medios que de diversas maneras se ordenan a alcanzar este fin apostólico.

Como se desprende de lo anterior, el Señor invita implícitamente a sus apóstoles a confiar totalmente en Él. Les manda hacer algo que podría parecer temerario: los envía desprovistos de todo. ¿Cuántos “peros” podrían haber puesto los apóstoles a Jesús? Pero, ¿y si nos perdemos? Pero, ¿si alguno enferma? ¿Y si llueve, no sería conveniente tener un cambio de ropa? Pero, ¿no sería conveniente llevar un poco de pan y agua en caso de que nadie nos quiera alimentar?

Los apóstoles, por el contrario, confían en Jesús y se lanzan a la gran aventura de cumplir con su misión. Se dejan educar por el Maestro. Van investidos del poder que Jesús les ha otorgado. Esa es su gran “seguridad”. Confían en Jesús porque creen en Él y en lo que Él les dice.

Como cristianos, también todos nosotros hemos sido enviados por Cristo. A la luz de la Palabra de Dios, preguntémonos: ¿Asumimos con plena confianza el llamado que nos hace Jesús a ser de sus discípulos? ¿Vivimos con radicalidad el envío apostólico poniendo nuestra seguridad en el Señor y sólo en Él?

Es ocasión para renovar nuestro compromiso con el llamado al apostolado que como bautizados hemos recibido. Y también de confrontar con valentía los muchos “peros” que tantas veces ponemos ante el apostolado. Tal vez podemos comenzar por reafirmar el propósito de dar un testimonio coherente de nuestra vida cristiana, especialmente en los ambientes de la familia, el trabajo, la profesión, los círculos culturales y recreativos. En todos esos ambientes somos invitados a anunciar al Señor con nuestra propia vida, con nuestras acciones y palabras. Ésa es ya una forma muy concreta de hacer apostolado.

El Señor Jesús conoce bien nuestra realidad. Sabe de nuestras debilidades y también de los dones y talentos que nos ha regalado. Sabe quiénes somos. Confiemos en Él, creamos en su Palabra y asumamos con generosidad nuestra misión como hijos e hijas de la Iglesia.

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