Vivir según el Espíritu Santo
Por Ignacio Blanco
Evangelio según san Juan 20,19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en eso entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
El tiempo pascual concluye con la celebración de la Solemnidad de Pentecostés. Es el día del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad que, nos enseña el Credo, junto con el Padre y el Hijo es Dios y reciben una misma adoración y gloria. Es el día en que celebramos el cumplimiento de la promesa del Señor Jesús: «Yo rogaré al Padre y les dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre, el Espíritu de verdad» (Jn 14,16-17). El Espíritu, en efecto, descendió en forma de lenguas de fuego sobre María y los Apóstoles.
Para cada uno de nosotros esta promesa de Jesús cobró un significado único y personal en el día en el que fuimos bautizados. Ese día fuimos verdaderamente hechos nuevas creaturas a imagen de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Y desde ese día el Espíritu habita en nuestro corazón. «Después del baño del agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo» nos dice San Hilario. Y añade: «Adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios». Todo esto, que podría parecernos teología complicada, es expresión de algo que sucede realmente en la vida. Es algo que hemos experimentado y que “llevamos dentro”; es algo que estamos invitados a profundizar y a cultivar.
Tal vez encontramos una “dificultad” en nuestra relación con el Espíritu Santo en el hecho de que no es fácil hacernos una “representación” suya. El Padre nos es más comprensible y nos puede ayudar la analogía con nuestro padre; el Hijo se hizo hombre, hubo ojos que lo vieron y manos que lo tocaron y de ello hemos recibido testimonio; ¿y el Espíritu Santo?
En la Biblia encontramos una serie de símbolos a través de las cuales el Señor nos ha revelado quién es el Espíritu y la Iglesia ha recogido en su reflexión espiritual y en su práctica litúrgica: el agua, el fuego, el viento, la unción con óleo sagrado, la nube y la luz, la mano, la paloma, el dedo. Cada una, a su manera, nos dice algo de quién es el Espíritu Santo y cuál es —si cabe el término— su “fisonomía”. Tal vez esta celebración sea una buena ocasión para que profundicemos en la fe de la Iglesia sobre el Espíritu. Para ello podemos recurrir al Catecismo, especialmente a los números 687 y siguientes.
Una pregunta que nos puede guiar en la meditación personal es esta: si hemos recibido al Espíritu Santo, ¿vivimos según el Espíritu? Cuando hablamos de que es necesario cultivar nuestra “vida espiritual”, ¿no es el Espíritu Santo un actor principal? Ciertamente sí. Él es Señor y Dador de vida (ver Rom 8,2), es el vivificador. Como dice el Papa Juan Pablo II, «Él, el Espíritu del Hijo (ver Gal 4,6), nos conforma con Cristo Jesús y nos hace partícipes de su vida filial». ¿Qué lugar, pues, le damos en nuestra vida espiritual?
Podemos hacernos la pregunta en otro sentido: ¿Qué es lo esencial en nuestra vida espiritual? San Pablo nos diría: el amor. ¿No nos enseña nuestra fe que el Espíritu Santo es la “Persona Amor”? Si queremos vivir el amor y en el amor, abramos nuestras mentes y corazones al Espíritu de Amor pues «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
Si el Espíritu ilumina nuestras mentes y transforma nuestros corazones sus frutos se expresarán también en nuestras obras y en toda nuestra vida. San Pablo insiste en que «si vivimos del Espíritu caminemos también según el Espíritu» (Gal 5,25). ¿Cómo será la vida de una persona que camina según el Espíritu Santo? ¿Qué frutos espirituales produce su acción en nosotros? El mismo Pablo señala: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5,23). Mientras que aquel que no vive según el Espíritu Santo sino según el espíritu del mundo y del mal tomará otro sendero y en su vida aparecerán otras obras: impureza, idolatría, fornicación, celos, discordias, iras, ambiciones, divisiones, envidias… (ver Gal 5,19ss).
Pentecostés es un fiesta de unidad, de alegría, de impulso evangelizador; es una fiesta en la que se nos invita a congregarnos bajo una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor (ver Ef 4,5-6), bajo el manto protector de María nuestra Madre. El Espíritu Santo nos ilumina, nos fortalece, nos transforma. No tengamos miedo de dejarnos impulsar por Él, confiemos en su acción y caminemos bajo su soplo e inspiración.