Tú eres Pedro
Por Ignacio Blanco
Evangelio según san Mateo 16,13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el Cielo. Ahora te digo Yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo”.
En 1979 el hoy santo Papa Juan Pablo II visitaba por primera vez México. Dentro de todas las cosas excepcionales que ocurrieron en esos días de peregrinación apostólica hubo una que en su sencillez es hasta hoy un emocionante testimonio de la fe viva del Pueblo de Dios. Un coro de niños hizo suyas las palabras que Jesús le dijo a San Pedro con autoridad divina hace más de 2000 años: «Ahora Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». El canto de estos niños (que se puede escuchar aquí en su versión original) es una manifestación de adhesión a la fe de la Iglesia: creemos que el Obispo de Roma, hoy el Papa Francisco, es sucesor del Apóstol San Pedro y es, por tanto, la Roca sobre la que el Señor quiso edificar su Iglesia.
En menos de 10 años hemos conocido a tres sucesores de Pedro. Este hecho nos habla de una realidad que la inmediatez del momento que vivimos a veces puede oscurecer: la solidez de la sucesión apostólica. El Papa Francisco es el sucesor número 265 de San Pedro. Dos mil años han pasado en los que la barca de la Iglesia ha surcado todo tipo de mares y turbulencias, tempestades y aguas calmas, alegrías y dolores, persecución y expansión. Dos mil años en los que se ha manifestado la grandeza y la fragilidad de una realidad que es a la vez santa y pecadora. Dos mil años en los que, con entrega y generosidad, millones y millones de cristianos han respondido, bajo la guía de Pedro, al mandato misionero del Señor Jesús: Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Ver Mt 28,19).
Este hecho nos debe llevar a considerar en oración algo que es esencial a la Iglesia Católica: es de Jesucristo. El mismo Señor se lo dice a Pedro: «sobre esta piedra edificaré MI Iglesia». Y justamente porque la Iglesia es de Cristo, el Señor, es que el poder del infierno no la podrá derrotar. Y porque Cristo ha querido edificarla sobre Pedro y sus sucesores es que todos sus discípulos, que conformamos su Cuerpo, reconocemos en el obispo de Roma al sucesor de San Pedro, en quien recae el encargo de Jesucristo de apacentar a su rebaño, y en los obispos a los sucesores de los Apóstoles que en comunión con Pedro gobiernan la Iglesia. Ante esta realidad, eso que muchas veces escuchamos formular como “Cristo sí, Iglesia no” requiere una serena pero seria revisión. ¿Es posible seguir a Cristo y “obviar” una parte de su mensaje? ¿Se puede ser discípulo suyo y no atender a su expresa voluntad de fundar la Iglesia y edificarla sobre Pedro?
Por ello es más que pertinente que en la fiesta que celebramos este Domingo también nosotros nos hagamos la pregunta que Jesús hizo a sus apóstoles: ¿Quién dicen ustedes que soy Yo? En un sentido, podemos decir que de allí se deriva todo lo demás. El testimonio de santidad y arrojo evangelizador que San Pedro y San Pablo nos dan encuentra su fuente en esa centralidad de Jesús en sus vidas. Lo mismo podemos decir de San Juan Pablo II, de San Juan XXIII y de todos aquellos millones de cristianos que han corrido la carrera de la fe y han alcanzado la meta. ¿Quién es Cristo para ti?
San Pedro respondió a la pregunta de Jesús, iluminado por el Espíritu: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y si le pudiéramos preguntar a San Pablo, ¿qué nos respondería? Quizá nos diría, con las palabras que le dirigió a los filipenses, «para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21). Sigamos el ejemplo de estos dos grandes santos, columnas de la fe de la Iglesia, y hagamos de Jesús cada vez más el centro de nuestra vida. ¿Dónde vivir esto? En la Iglesia, con Pedro y bajo Pedro. La Iglesia es nuestra casa, es el “ambiente” en el que podemos respirar la fe, alimentarnos de la Palabra viva de Dios, de Dios mismo en la Eucaristía, vivir el encuentro con Cristo y en Cristo entre hermanos.
El Papa nos guía en ese empeño, nos alienta, nos confirma. El año pasado, Francisco con su estilo pedagógico y evangelizador, decía: «Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo “confirmar”. ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma? Ante todo, confirmar en la fe. Confirmar en el amor y confirmar en la unidad». Mucho para reflexionar y vivir.