«Soy Yo en persona». ¿Le creemos a Jesús?
Por Ignacio Blanco
Evangelio según san Lucas 24,35-48
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy Yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que Yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de Mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».
Las dudas sobre la Resurrección de Cristo empezaron desde que resucitó. Como podemos ver en el Evangelio, los discípulos en la presencia de Jesús resucitado «creían ver un fantasma» y estaban atemorizados y con dudas en su interior. Pocos años después, San Pablo da testimonio de una situación semejante cuando tiene que aclarar los titubeos de los cristianos de Corinto ante los dichos de algunos que ponían en duda la resurrección: «¿Cómo entre ustedes dicen algunos que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó» (1Cor 15,12-13).
Esta historia se ha repetido a lo largo de dos milenios de cristianismo, con los matices y características propias de cada época. Han pasado herejes, cismas, iluminados, racionalistas, ilustrados y la Iglesia fundada por Jesús sobre la Roca no ha variado un ápice el contenido esencial de su predicación: «Escuchen estas palabras: a Jesús de Nazaret, acreditado por Dios entre ustedes con milagros (…), ustedes lo mataron clavándole en la cruz; a éste Dios lo resucitó librándole de las ataduras de la muerte» (Hech 2,22-24).
Este Domingo el Señor nos ofrece la ocasión de hacernos una vez más esa pregunta fundamental. ¿Creemos con fe firme lo que el Señor Jesús dice de sí mismo: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos»? La respuesta rápida es que sí, de otra forma no seríamos cristianos. Sin embargo, debemos ahondar un poco en el contenido y las implicancias para nuestra vida de esta verdad que profesamos.
El Señor es muy bueno y paciente con la lentitud y dureza de sus discípulos para creer en lo que veían, para comprender que todo lo que les había dicho durante tres años de predicación era verdad y se había cumplido. Por eso se les aparece varias veces, hace que vean y toquen sus heridas, sus manos, sus pies, su costado. Impresionante es la fuerza que tiene en ese contexto lo que les dice: «Soy Yo en persona». Y como para que sepan cuán real es les pide de comer. ¡Qué bueno es Jesús! ¡Cuánta paciencia y amor! Pareciera que hace todo lo posible para que la fe de la naciente Iglesia en el Resucitado se enraíce en una experiencia personal, concreta. El Catecismo afirma esto al explicarnos que la «fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina— de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado» (n. 644).
Tomemos consciencia de que hoy el Señor Resucitado sigue actuando con la misma paciencia y amor con cada uno de nosotros. Ante nuestras dudas e incertidumbres, ante nuestra falta de coherencia, ante la pátina que muchas veces deja la rutina sobre nuestra fe, Él no cesa de salirnos al encuentro para que renovemos esa convicción: es Él en persona, el Resucitado. Así como entonces se apareció en medio de sus discípulos temerosos e inseguros, hoy lo sigue haciendo en medio de su Iglesia. ¿Por qué nos cuesta tanto verlo? ¿Lo reconocemos al partir el pan? Tal vez no debamos esperar signos prodigiosos que nos hablen de su Resurrección —aunque puedan y de hecho sucedan—. Muchas veces Él se hace presente en medio de circunstancias cotidianas, a través de personas y situaciones “comunes”. ¿Tenemos los ojos para ver? ¿O es que nuestro entendimiento está cerrado, como les sucedía a sus discípulos?
En ese encuentro maravilloso con sus discípulos Jesús «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» y los lanzó a la misión de anunciarlo: «ustedes son testigos de esto». Al leer su Palabra en la Iglesia, al participar del Sacrificio de su Cuerpo y Sangre, al celebrar en comunidad la fe que hemos recibido, el Señor también nos abre el entendimiento y nos lanza renovadamente a predicar la conversión y el amor de Dios a todos los pueblos. Como hijos e hijas de Santa María, el tiempo pascual es ocasión para pedirle insistentemente que atraiga sobre nosotros al Espíritu de Jesús Resucitado para que nos ilumine, aleje toda sobra de duda o temor de nuestro corazón y nos impulse a anunciarlo en primera persona: yo me he encontrado con Él, con Jesús resucitado, y eso es lo que quiero compartir.