Por Ignacio Blanco
¿Soy un “escándalo”?
El pasaje de Marcos que se proclama este Domingo (San Marcos 9,38-48) es una de esas páginas del Evangelio cuyo sentido no es evidente. Si alguien aplicase literalmente la letra del pasaje, podría terminar manco, cojo o tuerto. Pero, ¿es eso lo que Jesús quiso enseñar a sus discípulos? Aquel que ha amado tanto a la humanidad que se hizo hombre y dio su vida por nosotros, ¿nos está diciendo que mutilemos partes de nuestro cuerpo?
Evidentemente no. Tal vez podemos encontrar una clave para entender el sentido de las palabras de Jesús en el término escandalizar. Esta palabra la usa el Señor cuando dice que si alguien escandaliza a uno de los pequeños que creen en Él, más le valdría que le atasen una piedra de molino y lo echasen al mar. Pero también la usa más adelante. El término que está en el Evangelio de Marcos, que normalmente se traduce “si tu mano te es ocasión de pecado, etc.”, podría también traducirse así: “si tu mano te escandaliza, córtatela pues más te vale entrar manco en la Vida que irte con las dos manos a la gehena”. Y lo mismo con el pie y el ojo. ¿Qué es, pues, el escándalo? ¿Qué significa escandalizar o cómo puede ser que nuestra mano nos escandalice?
El significado tal vez más difundido de “escándalo” nos puede hacer pensar en un tumulto o alboroto (por ejemplo, “a la salida del cine se armó un escándalo); o también en el rechazo o indignación que provoca un hecho (por ejemplo, “el fraude desencadenó un escándalo político”). Pero si nos remitimos a su sentido primero, la palabra escándalo se refiere a un obstáculo situado en el camino y que es causa de tropiezo y caída para el caminante. Aplicando este sentido a la vida espiritual y moral, el Catecismo nos da una definición muy clara: «El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal» (n. 2284).
En el pasaje del Evangelio, escandalizar a otro sería convertirse en un obstáculo para su vida cristiana. El que escandaliza a uno de los pequeños es, pues, aquel que lo induce al mal, lo aparta del buen camino sea con el mal ejemplo de su propia vida sea promoviendo que realice hechos contrarios a la fe y las enseñanzas del Señor. Es, como diríamos coloquialmente, “ser una mala junta, una mala compañía”. La consecuencia es muy grave pues se atenta contra la integridad moral de un cristiano. Y eso es en parte lo que el Señor está tratando de hacernos tomar conciencia cuando dice que a quién así actúa habría que “atarle una piedra de molino al cuello y echarlo al mar”. La figura es dura y elocuente. Y en la mentalidad de la época de Jesús tenía un agravante: si alguien era fondeado en el mar no sólo —como es evidente— moría ahogado sino que su cuerpo no podría recibir sepultura, lo cual era una pena mayor y motivo de desgracia para la familia.
Ahora bien, ¿en qué sentido debemos “cortarnos la mano, el pie o sacarnos el ojo” si éstos son para nosotros motivo de escándalo? Jesús utiliza un recurso del lenguaje llevando una situación al extremo como para despertarnos de la inconsciencia en la que muchas veces podemos caer. El sentido espiritual (ver Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 115-119) de estas palabras, nos lleva a comprender que ser discípulos de Jesús y aspirar a participar de su vida, nos exige una clara jerarquía de valores. Hay valores superiores a los que se ordenan otros que en relación a ellos podemos llamar inferiores. Por ejemplo, frente al valor de la vida una persona madura y responsable está dispuesta a hacer los sacrificios necesarios para conservarla (cuidar la salud, mantener hábitos sanos, pagar un seguro, ser prudente, etc.). Con mayor razón, esta persona no hará o dejará de hacer cosas que puedan atentar directamente contra la propia vida. En la vida espiritual es semejante. Frente al bien supremo de la felicidad eterna, de la comunión con Dios Amor, uno debe estar dispuesto a hacer todo aquello que nos acerque a dicho bien, y también debe estar dispuesto a deshacerse de todo aquello que obstaculice el camino, que sea un “escándalo”. Así se entiende bien a dónde apunta la figura de alguien que prefiere entrar en la Vida manco a tener las dos manos pero ser arrojado a la gehena, es decir, al infierno.
Por otro lado, también queda claro a partir de las palabras del Maestro que ser su discípulo exige una coherencia de vida y una radicalidad de compromiso. Primero, para no ser motivo de escándalo para nuestros hermanos, especialmente los más pequeños (los niños, pero también los que son más débiles en su fe), y no ser tampoco un obstáculo en nuestro propio camino a la santidad. Y por otro lado, para buscar siempre que nuestra vida se nutra de la caridad, que es la esencia de la vida cristiana. De ahí brota el compromiso radical por “cortar” todas las actitudes, vicios, pecados, etc., que son un obstáculo para la acción del Espíritu en nosotros. De ahí brota también el amor al prójimo que nos lleva no sólo a no ser un obstáculo en su camino sino a procurar ser para él testigo fiel del amor de Dios con toda nuestra vida, hechos y palabras.