Por Ignacio Blanco
¿Son muy duras las palabras de Jesús para ti?
«Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?». Así murmuraban muchos de los oyentes de las palabras de Jesús. ¿Quién puede escuchar eso, quién puede seguir esas enseñanzas incomprensibles, barbáricas? A la distancia no es difícil adoptar una posición sobre la actitud de estos discípulos que luego, dice el Evangelio, «se volvieron atrás y ya no andaban con Él». Pero, ¿qué sucede si nos ponemos en su lugar?
No es necesario que hagamos el ejercicio imaginativo de retroceder dos mil años y ponernos en la exacta situación de esos hombres y mujeres que abandonaron al Señor. Además, hoy nos es claro que Cristo estaba hablando de la Eucaristía cuando dijo que debíamos comer su Cuerpo y beber su Sangre. Pero, ¿qué pasa si nos confrontamos con aquellas enseñanzas de Jesús que hoy, aquí y ahora, tal vez no entendemos bien, o nos incomodan o simplemente ponen en entredicho nuestro modo de actuar? Como dice el Papa Benedicto XVI, «hoy no pocos se “escandalizan” ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece “dura”, demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta “adaptar” su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor».
¿Qué sucede, por ejemplo, con temas como la autoridad del Sucesor de Pedro —el Papa— y los obispos en la Iglesia, o las enseñanzas del Maestro sobre la solidaridad con el más pobre, o la condena que hace el Señor de la codicia, de la envidia, de la idolatría del dinero, de la búsqueda y abuso del poder, del egoísmo? ¿O qué ocurre cuando lo que está en cuestión es la vivencia de la castidad, las relaciones prematrimoniales, el divorcio, el aborto? ¿No es en alguno o en muchos de esos u otros casos en los que tal vez nos ponemos en el lugar de esos discípulos y, explícita o implícitamente, decimos también nosotros: “es duro este lenguaje”; “quién puede vivir eso”?
Hoy como hace dos mil años, la esencia del asunto es la fe. En el hecho que relata el Evangelio, se narra que «Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían». Ese fue, y es, el corazón del problema. La falta de fe que muchas veces padecemos. Creer siempre entraña una experiencia de inseguridad y de “ponerse al borde del precipicio”. Es casi una expresión hecha hablar del “salto de la fe”. Y es verdad, el acto de creer implica confiar más allá de lo que tal vez somos capaces de entender o ver en ese momento. Implica salir de un mismo, apoyarse en otro. En un primer momento en ese otro u otros que me hacen llegar la noticia de la Buena Nueva: familiares, amigos, sacerdotes, catequistas. Pero llega un momento, en el que el acto de fe exige un apoyarse totalmente en Aquel en quien creemos y a quien creemos. ¿Dudas? ¿Te cuesta entender ciertas verdades de la fe o enseñanzas de la Iglesia? Confía en Jesús, créele a Él, ábrete a la acción del Espíritu que no te dejará en las sombras, y bajo su luz busca profundizar la fe que hemos recibido.
Ese momento decisivo llegó claramente para los doce amigos de Jesús cuando luego de que muchos de los discípulos se marcharon, Jesús se vuelve hacia ellos y les hace esa pregunta: «¿También ustedes se quieren ir?». Esta pregunta llega hasta nosotros hoy. «Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida “en su pensar y en su querer”. Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente» (Benedicto XVI).
«¿También ustedes se quieren ir?». Con Pedro, cabeza de los Doce, confiando en la gracia de Dios, podemos hoy repetir esas palabras que son guía segura en momentos de duda o dificultad: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».