Por Ignacio Blanco
¿Quieres aprender en la escuela de Jesús?
Luego de haber hecho apostolado durante algunos días, los apóstoles se reencuentran y se reúnen nuevamente con Jesús. Cuántas experiencias intensas habrán tenido en esos días de apostolado, en los que hicieron y enseñaron muchas cosas, según el mandato de Cristo. El Señor, dándonos una muestra más de su profundo conocimiento del corazón humano, crea un espacio propicio para que sus seguidores puedan compartir lo que habían vivido. “Nosotros entramos a un pueblo y empezamos a predicar y de pronto…”; “A nosotros nos echaron de una casa y recordamos las palabras de Jesús cuando dijo…”; “Encontramos un endemoniado, tuvimos miedo pero recordamos que Él nos había dicho…”; “Después de estos días la verdad es que yo…”. No tenemos cómo saber qué contaron, qué se dijeron mutuamente. Lo que sí sabemos, es que el Jesús generó un ambiente franco y amical, un ambiente de comunión en el que sus amigos pusieron en común sus experiencias y se enriquecieron mutuamente. ¡Qué importante esta dimensión comunitaria del apostolado! Fueron enviados de dos en dos, y ahora al regresar se reúnen en torno a Jesús a compartir y aprender. En ese ambiente el Maestro sigue educándolos —y educándonos— en su escuela de apostolado.
«Vengan a un lugar apartado para descansar un poco». Estas palabras de Jesús pueden entenderse en un primer momento como una invitación a los apóstoles a recuperarse físicamente luego de la actividad que los había desgastado. Es decir, una invitación a reponer las fuerzas. ¡Qué realismo! ¡Qué muestra tan sencilla pero clara del realismo de la Encarnación, que lleva a Dios hecho hombre a preocuparse por la salud y el bienestar de sus amigos! Ahora bien, ¿queda ahí su preocupación? Muchos autores espirituales invitan a ver también en estas palabras de Jesús una indicación sobre la necesidad vital de tener esos momentos de silencio, “apartados” del bullicio de la vida cotidiana, para reponer las fuerzas interiores. Así como las fuerzas físicas se desgastan al caminar, hablar, etc., y necesitan reponerse, de igual manera la dinámica apostólica demanda que nutramos la vida interior. ¿Dónde? En el encuentro con el Señor, en la oración. Esa es la fuente de todo apostolado. El Señor Jesús mismo nos da el ejemplo en otros pasajes del Evangelio, en los que vemos cómo «con frecuencia Él se retiraba a lugares solitarios y oraba» (Lc 5,16. Ver Mt 14,23; Mc 1,35).
¿No podría ser que ese ir a un lugar “solitario” y “apartado” nos esté sugiriendo la necesidad de poner de nuestra parte para cultivar hábitos de vida de oración? Ello nos lleva a considerar también algunos aspectos de la oración como el momento, el lugar, los materiales, etc. Ninguno es imprescindible, pero ciertamente ayudan a la perseverancia y al crecimiento. Sobre todo si consideramos que tendemos a ser olvidadizos, que nos distraemos, que a veces, aunque queremos rezar, no sabemos bien cómo.
El Maestro nos enseña, pues, el vínculo fundamental entre la oración y el apostolado. En la oración nos alimentamos interiormente para poder luego dar testimonio de Jesús. ¿A quién vamos a anunciar si el Señor no está en nuestra mente y corazón? ¿Qué vamos a dar a los demás si estamos vacíos? Sólo podemos anunciar a Jesús en primera persona, «como quien se ha encontrado con Él» (Beato Juan Pablo II), si efectivamente vivimos en Cristo.
Ese momento de soledad y silencio no duró mucho porque la gente, viendo que Jesús y los apóstoles se subieron a la barca, «fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos» (Mc 6,33). El Señor Jesús, al ver a la multitud, se conmueve —dice el Evangelio— porque estaban como ovejas sin pastor. Este es uno de los pocos pasajes en los que se consigna explícitamente una experiencia interior tan profunda de Jesús. Esa conmoción no es sólo un sentimiento de pena, o de cierta sensibilidad frente a una situación dramática. Es una experiencia interior muy intensa que manifiesta el amor enorme de Jesús por cada uno al constatar el extravío y la necesidad de esas personas. Sobre todo la necesidad de una alimento espiritual. Y por eso, dejando de lado el momento de soledad y silencio que estaba compartiendo con sus apóstoles, se puso a enseñar a la multitud. El Corazón de Jesús sobreabunda de amor y de ardor. Ese es el modelo de todo apóstol.
¿Cuántas veces nosotros somos también de aquellos que están extraviados y necesitados de alimento interior? Es paradójico que siendo cristianos —siendo de Cristo— muchas veces buscamos en otros las respuestas que sólo Él es capaz de dar. ¡Busquemos a Jesús! Él está realmente presente en la Eucaristía, nos habla en su Palabra que resuena en la Iglesia que Él fundó. Dejemos de lado el miedo, la vergüenza, o cualquier otra razón (o sinrazón) y acudamos a la fuente del auténtico alimento espiritual que sólo Él es capaz de dar, pues es Él mismo.