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Domingo con Xto: ¿Qué puede decirnos un sordomudo?

Por Ignacio Blanco

¿Qué puede decirnos un sordomudo?

Reflexionar en el relato de la curación del sordomudo, paradójicamente, nos deja sin palabras para expresar la experiencia de admiración y alegría por la acción del Señor. ¡Qué impresionante es presenciar, a través de la Palabra de Dios, la acción salvífica del Señor Jesús! Isaías había profetizado que «Él vendrá y los salvará; entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán» (Is 35,5). Ese tiempo llegó y Dios fue fiel a sus promesas. Como signo de su acción salvífica, Jesús efectivamente curó a muchos enfermos liberándolos de sus dolencias. Esas curaciones, como la del sordomudo, son causa de inmensa alegría. En primer lugar, para los que las recibieron de manos de Cristo; también para los que las presenciaron o tuvieron noticia de ellas, pues eran un signo de la llegada del Mesías; y ciertamente para todos nosotros pues nos hablan de una curación mucho mayor: la liberación de las ataduras del pecado y de la muerte. El sordomudo tiene, pues, mucho que decirnos.

Dentro de la riqueza de este pasaje, hay tres detalles en los que vamos a detenernos. Dice la narración que cuando le presentaron al sordomudo, Jesús lo apartó de la gente para estar a solas con él. ¡Qué gesto tan significativo de la acción del Señor! Su relación es siempre de persona a persona. Se involucra totalmente con aquel que en ese momento tiene delante, al punto que en este caso utiliza sus dedos y su propia saliva para “tocar” la boca y las orejas enfermas del desdichado. ¡Dios infinito hecho hombre, se acerca a su criatura herida y la toca con sus propios dedos para curarla! Las mismas manos creadoras que nos sacaron de la nada y nos dieron la vida, son las manos que sanan las consecuencias del pecado. En ese ambiente de intimidad personal, Jesús se dirige a su Padre en oración y obra el milagro.

En segundo lugar, conviene detenernos un momento a considerar otro detalle que podría pasarnos desapercibido: son otros los que llevan al sordomudo a la presencia de Jesús y le ruegan que imponga su mano sobre él. Si no hubiera sido por la acción solidaria y comprometida de esos “otros” —tal vez fueron sus familiares, conocidos o amigos— quizá este milagro no se hubiera realizado. Notemos que la acción de esas personas fue desinteresada y pasó casi inadvertida. Sin embargo, fue fundamental para la curación del sordomudo. Este hecho es una muestra clara de lo fundamental que es para la vida cristiana el apostolado entendido justamente como ese “llevar a otro a la presencia del Señor y rogarle que actúe”. Es una dimensión ineludible de nuestro compromiso con Cristo que podemos realizar de muchas maneras, buscando siempre el mismo fin: colaborar en la realización de ese encuentro entre una persona y el Señor Jesús.

La curación del sordomudo, finalmente, es una figura elocuente de la gran curación que Jesús nos ha traído: la reconciliación que todos hemos recibido en nuestro Bautismo. En ese momento de nuestra vida, Jesús ha tocado nuestros oídos y nuestros labios y los ha abierto a la vida de fe por acción del Espíritu. Hemos sido realmente liberados del pecado que nos hacía sordos y mudos. Nuestros sentidos espirituales han sido sanados de manera que podamos escuchar la Palabra de Dios, y proclamar con nuestra voz y todo nuestro ser la grandeza del amor de Dios.

Volvemos así sobre la importancia de nuestro compromiso apostólico. Como enseña el Papa Benedicto XVI, «todo cristiano, espiritualmente sordo y mudo a causa del pecado original, con el Bautismo recibe el don del Señor que pone sus dedos en su cara y, así, a través de la gracia del Bautismo, se hace capaz de escuchar la Palabra de Dios y de proclamarla a sus hermanos. Más aún, a partir de ese momento debe progresar en el conocimiento y en el amor de Cristo para poder anunciar y testimoniar con eficacia el Evangelio». Sencillas palabras que delinean el camino de la vida en Cristo: acoger al Señor en nuestra mente y corazón, convertirnos cada vez más a Él y compartir en el apostolado la inmensa alegría de la reconciliación que recibimos por el Señor Jesús, con Él y en Él.

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