Domingo con Xto: La Sagrada Familia

La Sagrada Familia

Por Ignacio Blanco

Sagrada Familia

Evangelio según San Lucas 2,41-52.

Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

El Evangelio de Lucas narra que los pastores decidieron ir a Belén a ver lo que había sucedido y «encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Este Domingo se nos invita, de alguna manera,  a seguir el ejemplo de esos pastores y dejarnos maravillar y evangelizar por la Sagrada Familia. Para ello es fundamental que, a semejanza de los pastores, sepamos cultivar en nuestra mente y corazón la sencillez y humildad que nos permitan “ver” el misterio del amor de Dios que se nos ha manifestado.

El tiempo de Navidad que estamos viviendo es particularmente adecuado para la celebración de una fiesta como la de la Sagrada Familia. En primer lugar porque, como es evidente, Jesús nació en una familia humana. Como un niño entre los hombres, el Niño Dios fue recibido por el cariño maternal de su Madre María y el de José, a quien Dios le confió el cuidado de su Hijo. Por otro lado, el tiempo de Navidad es para la gran mayoría de nosotros un tiempo de encuentro familiar. En estos días celebramos en familia, pasamos tiempo juntos, nos reunimos, incluso buscamos acercarnos a aquellos de los que tal vez estamos más distantes. Es un tiempo en el que, quizá por este calor familiar, también se siente con más intensidad la ausencia de los que ya no están con nosotros o de aquellos que por diversas razones se encuentran lejos físicamente. Todo ello nos lleva a valorar el inmenso don que es la familia como el espacio natural donde Dios nos llama a vivir el amor, donde se manifiesta y se custodia el don de la vida, «donde se experimenta por primera vez que la persona humana no ha sido creada para vivir cerrada en sí misma, sino en relación con los demás; y es en la familia donde se comienza a encender en el corazón la luz de la paz para que ilumine nuestro mundo» (Benedicto XVI).

Los breves pasajes del Evangelio en los que se nos deja entrever la vida familiar de Jesús, María y José dan muestra de situaciones cotidianas y propias de toda familia que experimenta alegrías y dificultades, como por ejemplo en la pérdida del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén. Por otro lado, sin embargo, descubrimos que la Familia de Nazaret es única y en este sentido modelo para todas las familias de la historia. Es única porque el Hijo de María es el Hijo de Dios. Con su presencia, Jesús ha santificado esa institución natural que es la familia humana, y nos ha señalado el camino para que sea verdaderamente lo que está llamada a ser como santuario del amor. El camino es que Él sea el centro de la vida familiar. Así como para cada uno de nosotros Jesús es el centro de la propia vida, la vida familiar se construye teniendo como centro y fundamento a Jesús. Eso no quiere decir que no habrán dificultades ni problemas. Pero si Él es el centro de nuestra vida familiar, la verdad, el amor, el perdón siempre se abrirán paso en medio de esas dificultades.

La Sagrada Familia nos invita a renovar la unidad de nuestra propia familia en torno al Señor Jesús. Esta fiesta es ocasión para celebrar y vivir juntos el don de nuestra fe, para «redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia» (Benedicto XVI).

¡Qué urgente se torna el compromiso de familias en cuyo corazón esté Jesús en medio de una sociedad en la que lamentablemente la familia y la vida están siendo atacadas! No podemos cerrar los ojos a esta realidad. Nos toca a todos pues, como lo han dicho tantas veces el Papa y nuestros obispos, sin la familia la humanidad no tiene futuro. La importancia de la familia para el ser humano no se la hemos dado nosotros. No es fruto de una convención de sabios que han decidido que es la mejor forma para vivir. La importancia de la familia y el papel que tiene en la vida de todo hombre y mujer está inscrito en lo más profundo del ADN de la humanidad. A punto tal que cuando Dios se hizo hombre, nació en una familia.

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