La puerta estrecha
Por Ignacio Blanco
Evangelio según San Lucas 13,22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y pueblos enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Jesús les dijo: «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Les digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, se quedarán afuera y llamarán a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él les contestará: “No sé quiénes son ustedes”. Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él contestará: “No sé quiénes son ustedes. Aléjense de mí, malvados”. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras ustedes habrán sido echados fuera. Y vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Miren: hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».
Pensar en la vida futura puede ser inquietante. Nos cuestiona, nos enfrenta a factores que no podemos controlar y que podrían desestabilizar todo lo que estamos construyendo. Tal vez por eso muchos de nosotros a veces parece que preferimos vivir el presente sin mucha preocupación por lo que vendrá después. Nos preocupamos y afanamos por nuestros proyectos y sueños, nuestros estudios, el trabajo, etc., —lo cual no está mal en sí mismo— pero quizá dejamos de lado, al menos en la manera como funcionamos cotidianamente, toda consideración respecto del futuro. Y no nos referimos al futuro como lo que sucederá de aquí a 5, 15 o 20 años sino al futuro eterno que sobrevendrá al término de nuestra vida en este mundo.
Las palabras de Jesús nos hablan sin dobleces de la salvación eterna. Nos revelan aspectos importantes de “la otra vida” así como del camino para llegar a ella. Una primera consideración general que se desprende de las enseñanzas de Jesús es que el horizonte de la vida eterna de alguna manera nos ayuda a comprender y valorar nuestra vida acá en la tierra. Es claro en el Evangelio que lo definitivo está por venir y a la luz de ello es que las realidades de este mundo cobran su justa medida y proporción. Sabemos que los años que transcurramos en este mundo son un “peregrinaje”, un camino hacia nuestra patria definitiva. ¡Cuánto ilumina esta perspectiva la manera como nos aproximamos a nuestros afanes diarios!
También es claro que lo que hagamos o dejemos de hacer en nuestro tiempo aquí tiene consecuencias en la eternidad. Es más, podemos decir que tiene consecuencias definitivas. Nuestra vida aquí en la tierra define nuestro destino eterno. El Papa Francisco dijo en su viaje al Brasil unas palabras que nos deben hacer reflexionar mucho en relación a la importancia que tienen nuestras opciones cotidianas en relación a nuestro destino final: «El “hoy” es chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna».
A la luz de lo dicho, la recomendación del Señor Jesús es capital: «¡Esfuércense!». El camino hacia la vida eterna, hacia la salvación, no es fácil y requiere de nuestra parte un compromiso y un esfuerzo constante. La expresión de Cristo no deja lugar a dudas: esfuércense, luchen (como también se traduce), en entrar por la «puerta estrecha». Al respecto, decía el Papa Pablo VI, que el Evangelio «está entretejido de deberes que cumplir, optando por el sendero estrecho y difícil (ver Mt 7,14), sin retroceder por cansancio o por los obstáculos (ver Lc 9,62), incluso, si es necesario, hasta dar la propia vida (ver Jn 12,25). El Evangelio no es, en efecto, un programa fácil de realizar; exige esfuerzo y fidelidad». El Señor siempre se nos adelanta dándonos la fuerza que necesitamos para seguir sus pasos. Él, mejor que nadie, sabe lo que nos cuesta seguirlo, conoce cuáles son nuestros enemigos y nuestras debilidades. Por ello Él siempre da el primer paso, nos llama y nos invita a que hagamos buen uso de nuestra libertad y respondamos a su amor: «¡Esfuércense!».
La figura de la puerta es, en este contexto, muy reveladora. Por un lado, al detallar que la puerta es estrecha o angosta Jesús nos habla de que la entrada no es fácil y, por tanto, requiere esfuerzo de nuestra parte. La figura se esclarece aún más cuando Jesús mismo dice en otro pasaje: «Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que entran por ella» (Mt 7, 13). Y por otro lado, está el factor del tiempo. La puerta, en un momento, se cerrará. Es un dato de la realidad que no podemos olvidar. Como decía Francisco, el “hoy” es fundamental y lo es con mayor razón si consideramos que podría no haber mañana. Esforcémonos, pues, y comencemos a hacerlo hoy.
El Señor de la casa que cierra la puerta, ante el llamado de los que quedaron fuera, les responde con una frase tremenda: «No sé quiénes son ustedes. Aléjense de mí». Jesús nos pone frente a la dramática posibilidad de que llegado el día final, cuando nos presentemos ante el Padre, no nos reconozca, no sepa quiénes somos. ¿Cómo podría desconocernos? A tal punto puede el pecado deformar la imagen que Dios mismo puso en nuestro interior al crearnos. Es el resultado de una existencia vivida de espaldas al amor.
Por el contrario, preguntémonos: ¿Qué tenemos que hacer para que nos reconozca? Esforzarnos, como dice Jesús, en vivir el amor, cooperando con la fuerza del Espíritu Santo que nos transforma interiormente y nos configura con el Señor Jesús. Eso es, en definitiva, la santidad que —como explica el Papa Benedicto XVI— «no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús, como afirma san Pablo: “Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29)».