La “firme decisión” de Jesús
Por Ignacio Blanco
Lectura del Evangelio según San Lucas 9,51-62
Cuando ya se acercaba el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en un pueblo de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y les regañó. Y se fueron a otro pueblo. Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas». Jesús le respondió: «Los zorros tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia». Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no vale para el reino de Dios».
La frase inicial de este pasaje del Evangelio de Lucas, además de la evidente intencionalidad introductoria, contiene algunos elementos que vale la pena considerar. En primer lugar, la expresión «Cuando ya se acercaba el tiempo de ser llevado al cielo». El sentido un tanto enigmático se clarifica algo cuando comparamos esta traducción al castellano con otras. «Como se acercase el tiempo de salir de este mundo» dice otra traducción. Y en otra leemos: «Como se iban cumpliendo los días de su asunción». En todas ellas encontramos un contexto temporal: se está por cumplir (o se iba cumpliendo) el tiempo. ¿De qué? De algo importante que pondría a Jesús en un plano distinto. Es decir, los acontecimientos que se venían desarrollando se orientaban a un culmen: el momento en el que Cristo saldría de este mundo para ir al Cielo. Ese “culmen” tiene un contenido muy definido cuando vemos el texto que está detrás de estas traducciones. A lo que alude el evangelista Lucas es al conjunto de acontecimientos que incluye la Muerte, la Resurrección y la Ascensión de Jesús. Eso era lo que estaba por ocurrir.
En segundo lugar, tenemos otra expresión que nos habla de la experiencia interior de Jesús frente a aquello que estaba por suceder. «Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén» dice la traducción. En otra leemos: «Él (Jesús) se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» y finalmente en una tercera: «Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén». El texto que está detrás de estas traducciones es muy significativo. Expresa con una figura una “fuerte determinación”, una “gran firmeza” de Jesús para tomar el camino que conducía a Jerusalén.
Estos dos elementos nos permiten reflexionar en la actitud del Señor frente a su propia misión. Él sabe lo que significa subir a Jerusalén. Sabe, como se lo había anunciado a los apóstoles varias veces, que iba a ser juzgado, que tendría que sufrir intensamente y dejar hasta el último aliento en la Cruz. Pero tal vez más tremendo que este conocimiento es la consciencia que tiene Jesús de que en ese tiempo culmen en Jerusalén se topará con la dureza del corazón humano. Experimentará la incomprensión, el rechazo, la cerrazón de tantos hombres y mujeres que frente al amor que muestra lo escupen, se burlan de Él y lo mandan crucificar.
A un nivel incluso más profundo, experimentará también —pensemos en los desgarradores momentos de Getsemaní— que a pesar de todo su amor, de todo lo que está haciendo por salvar a la humanidad, a pesar de haber cargado sobre sí el pecado y los pecados de todos los hombres y mujeres de la historia, aun así habrán muchísimos que le dirán ¡no! al amor. ¡Qué dolor e impotencia la de Jesús que quiere que todos nos salvemos y ha hecho todo lo posible para que sea así!
Él Buen Señor es consciente de todo ello, y con ese peso enorme en el corazón, en la proximidad de dar ese paso trascendental, se reafirma en la determinación de subir a Jerusalén. No huye, no titubea, no posterga el momento, no trata de aguar un poco el trago amargo. Asume lo que está por venir con “firme decisión”, con “fuerte determinación”. ¿Por qué? Porque lo que lo mueve es el amor. Y como nos dice San Juan, el amor de Jesús no conoce límites: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).
Seguir a Jesús nos lleva también a estar dispuestos a subir con Él a Jerusalén. En el pasaje del Evangelio de Lucas el Señor explicita algunas de las exigencias que implica seguirlo, sobre todo para aquellos que son llamados a seguirlo más de cerca. Y son exigencias recias, radicales. En todos los casos, sea cual sea nuestro estado de vida, el Maestro nos enseña cómo se recorre el camino: con decisión firme y determinada. ¿Tenemos miedo? ¿Creemos que no vamos a poder? ¿Sentimos que es demasiado? Ahí está Él, el primero, que nos ha dado el ejemplo; que nos fortalece y sostiene en nuestra debilidad; que nos muestra que la Cruz y la muerte no tienen la última palabra pues ha resucitado y su victoria es nuestra victoria.
Cuando experimentemos el cansancio del camino, o las dificultades y exigencias de seguir a Jesús día a día, recordemos esas palabras que el Señor le dirigió a San Pablo: «“Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”» (2Cor 12,9).
Meditar y dejarnos cuestionar por la firme decisión que tiene el Señor Jesús para recorrer el camino que lleva a Jerusalén debe ayudarnos a renovar nuestro empeño por seguirlo con generosidad y perseverancia. Seguramente cada uno sabrá qué implicancias concretas tiene esta reflexión en su vida. No tengamos miedo de contrastarnos con Jesús: ¿Qué tiene Él que a mí me falta? ¿Qué tengo yo que Él no tiene y por tanto me sobra? El Señor no nos juzga. Nos ama y nos llama a seguirlo por el camino que nos lleva a vivir una existencia auténtica.