Domingo con Xto: ¿Hemos olvidado que tenemos un tesoro?

¿Hemos olvidado que tenemos un tesoro?

Por Ignacio Blanco

Parábola del tesoro escondido

Evangelio según san Mateo 13,44-52

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los Cielos se parece también a la red que se echa al mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la sacan a la orilla y, sentándose, recogen en canastos los buenos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entienden bien todo esto?». Ellos le contestaron: «Sí». Él les dijo: «Ya ven, un maestro de la ley que entiende del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que va sacando de sus tesoros lo nuevo y lo antiguo».

“Vender todo lo que se tiene para comprar algo” es un modo de proceder que refleja ciertas convicciones y actitudes. Tanto en el caso del que encuentra el tesoro en el campo como en el del comerciante que encuentra la perla de gran valor, el Señor nos habla de “totalidad”: venden todo. ¿Por qué? Por que tanto el tesoro como la perla lo ameritan. Es decir, para esas personas obtener esos bienes justifica deshacerse de todo lo que tienen pues, en ese sentido, valen más que todo ello.

Esa disposición a “vender todo” está estrechamente unida a la conciencia del valor del tesoro o de la perla. Y, como es obvio, no sólo del valor objetivo del tesoro o de la perla sino de lo que éstos significan para la persona que los encuentra. Es decir, es algo valioso que representa para ellos un bien de tal calibre que están dispuestos a venderlo todo para adquirirlos.

En el caso del hombre que encuentra el tesoro, Jesús nos dice que «lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo». Un detalle muy significativo. Este hombre no parece detenerse a pensar en todas las cosas de las que se tiene que deshacer (vender) para poder comprar el campo. Parecería que toda su atención está puesta en el tesoro que ha encontrado y eso lo llena de alegría. ¿Porqué la mención de Jesús a la alegría? Tenemos ahí una veta interesante para reflexionar. El Papa Francisco ha venido insistiendo mucho en esa característica del discípulo del Señor y la vincula no pocas veces con el hecho de haberse encontrado con Jesús. Por el contrario, el cristiano con “cara de funeral” o que vive en una “Cuaresma sin Pascua” es el que parece haber olvidado el gran tesoro que ha encontrado y se deja doblegar por las dificultades de la vida.

El comerciante de perlas, por su parte, es presentado por Jesús como alguien «que busca perlas finas». Detalle también significativo pues apunta hacia una actitud fundamental en relación con el Reino de los Cielos: la búsqueda. En un pasaje muy hermoso, el Catecismo vincula ambos elementos —la búsqueda y la alegría— y nos dice: «“Se alegre el corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 30).

De muchas maneras nos interpela el Señor con estas palabras de su Evangelio. Las actitudes de estos dos hombres (el comerciante y el que encuentra el tesoro), su búsqueda y su alegría, su disponibilidad para venderlo todo con tal de obtener el tesoro o la perla, nos ofrecen la ocasión de examinar nuestra actitud, nuestras disposiciones interiores. El compromiso con Jesús es totalizante. Cuando nos encontramos con Él muchas veces experimentamos que nos pide todo, y eso puede atemorizarnos o sembrar dudas en nuestro corazón. El Papa Benedicto XVI recoge esta experiencia en una frase que es casi un programa de vida y nos dice: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida».

Como cristianos hemos encontrado el “gran tesoro”, la “perla de mayor valor” y esta no es otra que Cristo mismo. «El tesoro escondido, el bien superior a cualquier otro bien, es el reino de Dios, es Jesús mismo, el Reino en persona» (Benedicto XVI). Es algo que sabemos y hasta tal vez repitamos a otros. Y, sin embargo, con qué facilidad se nos diluye el “peso” de estas palabras. Nos acostumbramos a lo que ello significa y el paso del tiempo, la rutina, las mismas adversidades de la vida van oscureciendo lo que debería ser la fuente de nuestra mayor alegría e incluso nos pueden impulsar a poner nuestro corazón en otras cosas que inadvertidamente se van convirtiendo en “nuestro tesoro”.

Jesús, que conoce nuestro corazón, nuestros anhelos y fragilidades, nos invita a discernir y nos pregunta: ¿Dónde está tu tesoro? Pregunta esencial pues allí donde esté nuestro tesoro estará también nuestro corazón (ver Mt 6,21). Sabemos que nuestro tesoro es Jesús. Pero también sabemos cuánto nos falta hacer eso vida cada día. El Señor también lo sabe y por ello nos da la fuerza para buscarlo siempre, para enderezar el camino si es que nos hemos desviado, para renovar nuestro compromiso por seguirlo cada día.

 

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