5 cosas que tal vez no recuerdes sobre el Espíritu Santo
Por Ignacio Blanco
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en eso entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Un conocido teólogo del siglo XX escribió hace ya algunos años un libro sobre el Espíritu Santo titulado “El gran desconocido”. Sin que sea un fenómeno generalizable, tenemos que reconocer que muchas veces nuestra relación con el Espíritu Santo es difícil y en ese sentido el título de la obra mencionada señala un punto débil en la vida cristiana de muchos discípulos de Jesús. ¿Será tal vez que no sabemos suficientemente quién es el Espíritu Santo? ¿ O no entendemos bien cuál es su misión en la historia de la reconciliación y en la vida espiritual de todos los hijos de la Iglesia? ¿O quizás encontramos algunas dificultades más cotidianas: qué rezarle, cómo dirigirnos a Él, qué pedirle, qué esperar de Él? Sea como fuere, la Solemnidad de Pentecostés es una excelente oportunidad para celebrar con toda la Iglesia la venida del Espíritu Santo, para renovar nuestra relación personal con Él y para pedirle que ilumine nuestra mente y corazón y nos encienda en el fuego del amor divino.
Libros enteros de teología y de espiritualidad se han escrito sobre el Espíritu Santo. ¿Qué podemos decir acá? Tan sólo recordar 5 cosas que nos enseña la fe de la Iglesia y que nos pueden servir bien para renovar y alentar nuestra relación con el Espíritu divino, o bien para empezar a cultivar una relación personal con Él que seguramente será de muchísimo fruto en nuestra vida cristiana.
- El Espíritu Santo es Dios y, junto con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria. Está presente desde el inicio del mundo, cuando aleteaba sobre las aguas, y se manifestó bajo diversos símbolos a lo largo de la historia de la salvación. Entre otros: el agua que da vida y purifica, el óleo que unge, el fuego que transforma, la nube y la luz, el sello que marca un carácter indeleble, la mano que bendice, la paloma.
- El Espíritu acompañó desde el inicio hasta el final la vida de Jesús sobre la tierra. Desde su Encarnación en el seno de María hasta su gloriosa Ascensión al Cielo, todas las obras del Hijo de Dios estuvieron íntimamente animadas y acompañadas por el Espíritu Santo. Recordemos, por ejemplo, que «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto» (Mt 4,1); su manifestación en el Bautismo de Jesús (ver Mt 3,13-17); cuando Jesús expulsa los demonios con el poder del Espíritu (ver Mt 12,28); o cuando Jesús, antes de entregarse para ser muerto en Cruz, dice a los apóstoles: «conviene que Yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendría a ustedes» (Jn 16,7). El Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos (ver Rom 8,11) y los apóstoles reciben el soplo divino del Resucitado: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,23).
- El Espíritu Santo nos permite conocer y comprender todo lo que Jesús nos ha enseñado, como Él mismo nos lo dice: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho» (Jn 14,26). El Espíritu Santo inspira las Sagradas Escrituras (ver 2Tim 3,16; 2Pe 1,21) nos enseña a interpretarlas y garantiza que las enseñanzas que hemos recibido de Jesús se transmitan de generación en generación bajo el cuidado del Magisterio de la Iglesia. Para que las Escrituras no queden en letra muerta, «se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum, 12,3).
- Desde nuestro Bautismo, el Espíritu Santo es el principio de nuestra vida en Cristo, nos alienta y sostiene en nuestro camino de configuración con Él. «El Espíritu Santo —enseña Juan Pablo II con este hermoso texto— forma desde dentro al espíritu humano según el divino ejemplo que es Cristo. Así, mediante el Espíritu, el Cristo conocido por las páginas del Evangelio se convierte en la “vida del alma”, y el hombre al pensar, al amar, al juzgar, al actuar, incluso al sentir, está conformado con Cristo, se hace “cristiforme”».
- El Espíritu Santo es principio de la unidad de la Iglesia, crea la comunión entre los bautizados y nos impulsa a la misión apostólica. Los apóstoles reunidos con María en el Cenáculo reciben el Don de lo Alto que crea la unidad de la Iglesia: «un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza… Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,4-5). La comunión que une a la Madre de Jesús y a sus discípulos está tejida de lazos de Amor divino, y es lo que estamos llamados a vivir como cristianos. Esa experiencia viva, alegre e intensa del amor de Dios lanza a la naciente comunidad a predicar el Evangelio superando todos los temores y dificultades, pues los anima Aquel que es el Protagonista de la evangelización.
La Solemnidad de Pentecostés es un día muy especial para mirar a María y pedirle que atraiga sobre nosotros el Don de Dios. Ella, que ha sido llamada «río colmado de los aromas del Espíritu Santo» (San Juan Damasceno), vivió a lo largo de toda su vida una relación muy íntima con Él. Su Corazón coronado con el fuego del Amor de Dios nos alienta a crecer cada día en una relación vital y personal con el Espíritu Santo. En lo que a cada uno respecta, pongamos de nuestra parte para que nunca más se pueda nombrar al Espíritu como el gran desconocido.