¿Le podemos regalar algo a Jesús?
Por Ignacio Blanco
Evangelio según San Lucas 1,39-45.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
El último Domingo de Adviento, ya próximos a celebrar la Nochebuena, se nos propone en la Liturgia el ejemplo de Santa María. El pasaje de la Visitación descubre ante nuestros ojos las grandes experiencias espirituales que embargaban el corazón de la Madre de Dios luego de recibir el anuncio de haber sido elegida para que el Hijo del Altísimo se haga hombre por obra del Espíritu Santo. La fuerza tremenda de esta revelación, así como el hecho de saberse ya portadora en su seno del Misterio, no la alejan de la realidad ni la sumen en un estado de retraimiento solitario. Por el contrario, inmediatamente, sin demora, se pone en camino para visitar a su prima Isabel quien, según le dijo el Ángel, había concebido un niño en su vejez.
¿De dónde nace el apuro de María para salir al encuentro de Isabel? Este sería un asunto de provechosa reflexión para nosotros en los días previos a la Navidad en los que no pocas veces estamos apurados, acelerados por los preparativos para la celebración. Estar apurado o hacer las cosas con prisa y resolución no tiene en sí nada de malo. La dificultad se presenta cuando la premura se traduce en agitación que no sólo arrebata la paz del corazón sino que hace que perdamos de vista lo esencial. Imaginemos una mamá que para celebrar el cumpleaños de su hijo decide prepararle una fiesta sorpresa. Se da por entero a la coordinación de los mil y un preparativos: invitaciones, arreglos, contratación de la música, la comida, la vajilla, etc., etc. Y lo hace todo con mucha dedicación para que todo esté perfecto. Llega el día y con él los invitados, la comida, la música. La fiesta es un éxito y todos están contentos. Al día siguiente la madre no puede dejar de notar una cierta desazón en su hijo y entre molesta y desilusionada le pregunta qué le pasa: ¿No te gustó la fiesta? ¿Invité a alguien que no te cae bien? ¿No te gustó la comida? ¿Qué te pasa? Después de sacarle algunos monosílabos como respuesta, la afligida mamá se da cuenta de que entre tantos detalles que atender había olvidado de felicitar a su hijo, abrazarlo, darle un beso y decirle “feliz cumpleaños”. Se le escapó lo esencial, que era lo que de alguna manera le daba sentido a todo lo demás.
“Eso nunca me pasaría a mí”. ¿Estás seguro? ¿No nos pasa en cierto sentido lo mismo que a la mamá del ejemplo cuando en la Navidad dejamos de lado lo esencial por estar muy ocupados y preocupados por los mil y un detalles que esta celebración implica? Lo esencial es Jesús. Esta es una de las grandes enseñanzas de María. Su premura nace del amor y no le hace perder de vista lo esencial. Ella realmente ha creído en las palabras que Dios le manifestó por medio del Ángel. Va al encuentro de Isabel para ayudarle en su embarazo, pero eso no le hace perder de vista que lo más maravilloso que le puede compartir a su prima es la Bendición de Dios que lleva en su seno. Por eso el encuentro con su prima Isabel desborda alegría, maravilla, exaltación. La fuente de la alegría es la criatura que porta en su seno: Jesús. La fuente de su propia alegría y bienaventuranza es que ha creído, que tiene fe. Por eso podemos decir que María es la primera discípula de su propio Hijo. Así que preparémonos para vivir la Navidad avivando la fe en nuestro corazón. La fe nos permite “mirar” lo esencial de la Navidad: Dios viene al mundo; Jesús nace para darnos luz en medio de la oscuridad. Toda nuestra celebración tendrá sentido si Él está en nuestro corazón. La Navidad será realmente un momento de alegría, de paz, de maravilla y alabanza como lo fue el encuentro de María e Isabel.
¿Qué le podemos regalar a este Niño que es el Hijo de Dios? ¿Acaso le falta algo a Él que es Dios? Aunque pueda parecer un atrevimiento, sí le podemos regalar algo que Él no tiene: nuestra respuesta. Es tal vez la única cosa en el mundo que le podemos regalar al Niño Jesús y que ciertamente va a alegrar su corazón. Siendo Dios Todopoderoso ha dejado en nuestras manos el que aceptemos el don del amor que nos ha venido a traer y aceptemos vivir en el amor. Pensemos en algo concreto que nos haga vivir ese amor, “envolvámoslo” con la firme y renovada intención de convertirnos más a Él y ofrezcámoselo al Niño Dios como un humilde regalo en esta Nochebuena.