Compartimos con ustedes algunos extractos de la Catequesis del Santo Padre el día de ayer 30 de Mayo.
“Jesús nos hace capaces de consolar nosotros mismos a los que están sufriendo asimismo cualquier tipo tribulación. La profunda unión con Cristo en la oración, la confianza en su presencia, conducen a una voluntad de compartir los sufrimientos y las aflicciones de los demás. Pablo escribe: “¿Quién es débil, sin que yo me sienta débil? ¿Quién está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas?”(2 Corintios 11:29)?. Este intercambio no surge de una simple benevolencia, ni sólo por el espíritu de la generosidad humana y el altruismo, sino que surge del consuelo del Señor, del firme apoyo, de la “extraordinaria fuerza que viene de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,7).”
“En la relación de fidelidad con el Señor, en la oración constante, diaria, podemos sentir también nosotros realmente el cosuelo que viene de Dios. Y esto fortalece nuestra fe, porque nos hace experimentar de forma concreta el “sí” de Dios al hombre, a nosotros, a mí, en Cristo, nos hace sentir la fidelidad de su amor, que llega hasta el don de su Hijo en la Cruz.”
“Todas las promesas de Dios encuentran su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya”(2 Corintios 1:19-20). El “sí” de Dios no se reduce a la mitad, no va entre un sí y un no, sino que es un simple seguro sí. Y a este si nosotros respondemos con nuestro sí, con nuestro Amén, y así estamos seguros del sí de Dios.”
“La fe no es principalmente una acción humana, sino don gratuito de Dios, que tiene sus raíces en su lealtad, en su “sí”, que nos hace comprender cómo vivir nuestra existencia amándole a Él y a nuestros hermanos.”
“Queridos hermanos y hermanas, la forma de actuar de Dios es muy diferente de la nuestra – Él nos da consuelo, fortaleza y esperanza, porque Dios no retira su “sí”. Ante los contrastes en las relaciones humanas, a menudo también en las familiares, nos sentimos llevados a no perseverar en el amor gratuito, que cuesta esfuerzo y sacrificio. En cambio, Dios no se cansa de nosotros, nunca se cansa de ser paciente con nosotros y, con su inmensa misericordia, nos precede siempre, es el primero que sale a nuestro encuentro, su sí es absolutamente fiable.”
“En el evento de la Cruz nos ofrece la medida de su amor, que no calcula y que es inconmensurable.”
“El Espíritu Santo el que hace constantemente presente y vivo el “sí” de Dios en Jesucristo y crea en nuestros corazones el anhelo de seguirlo, para entrar de lleno, un día, en su amor, cuando recibiremos una morada no hecha con manos humanas, en el cielo. No hay ninguna persona que no sea alcanzada e interpelada por este amor fiel, capaz de esperar también a cuantos siguen respondiendo con el “ no” del rechazo o del endurecimiento del corazón. Dios nos espera, nos busca siempre, quiere acogernos en la comunión consigo, para donarnos a cada uno de nosotros la plenitud de la vida, de la esperanza y de la paz.”
“En el “sí” fiel de Dios se injerta el “amén” de la Iglesia, que resuena en todas las acciones de la liturgia: amén es la respuesta de la fe que cierra siempre nuestra oración personal y comunitaria, y que expresa nuestro” sí a la iniciativa de Dios.”
“La oración es el encuentro con una Persona viva, para escucharla y dialogar con ella; es el encuentro con Dios que renueva su lealtad inquebrantable, su “sí” al hombre, a cada uno de nosotros, para darnos su consuelo en medio de las tormentas de la vida y hacernos vivir, unidos a Él, una existencia llena de alegría y de bondad, que encontrará su cumplimiento en la vida eterna.”
“En nuestra oración estamos llamados a decir “sí” a Dios, a responder con este “amén” de la adhesión, de la fidelidad a Él de toda nuestra vida. Fidelidad que nunca podremos conquistar con nuestras fuerzas, no es sólo el fruto de nuestro compromiso diario, sino que viene de Dios y se funda en el “sí” de Cristo, que afirma: Mi comida es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). Y es en este “sí” que debemos entrar, entrar en este “sí” de Cristo, en la adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que no somos al fin nosotros los que vivimos, sino que Cristo mismo vive en nosotros. Entonces, el ‘”amén” de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra vida. Una vida de consolación de Dios, en una vida inmersa en el amor eterno e inquebrantable. Gracias.”