Por Kenneth Pierce
En una ocasión Jesús comparó a los hombres prudentes con aquellos que construían su casa sobre piedra. Lo hizo en oposición a aquellos “necios” que lo hacían sobre arena (ver Mt 7,24-27). Quizás al decirlo tenía en mente unas palabras del salmista: «Si Yahvé no construye la casa, en vano se afanan los albañiles» (Sal 126,1).
Toda la vida del hombre, como lo deja intuir Jesús, es como una construcción. ¿Qué tipo de construcción queremos? A Jesús parece no importarle tanto el diseño de la casa, si es bella o fea, si es simple o complicada, si tiene muchos o pocos cuartos. Solo parece interesarle una cosa: ¿Qué fundamentos tiene? No es que lo visible sea superfluo, pero ciertamente depende muchísimo de aquello que no se ve.
No se trata de disociar dos aspectos de la realidad, pero sí tener siempre en mente lo que es más importante, que en esta ocasión es además algo “invisible” con los ojos del cuerpo.
De hecho, la construcción de la propia vida tiene también muchísimo que ver con algo que a primera instancia no se ve: la fe. Así como los fundamentos de una casa, el fundamento sólido de una vida –la fe– es “invisible”. Sin embargo, sin ese fundamento cualquier iniciativa de vida cristiana termina desmoronándose, como una construcción construida sobre barro.
¿Que es construir sobre piedra? Felizmente Jesús mismo nos lo indica: «el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica» (Mt 7,24). Escuchar primero, y luego poner en práctica. Recibir… y llevar a la acción. Acoger el don de la fe, y responderle en una vida coherente con el don recibido.
Si no construimos de la mano de Dios, somos como los albañiles que se fatigan en vano, así nos esforcemos al máximo y hagamos a primera vista un edificio enorme. Si lo hacemos de su mano, seremos como los prudentes que construyen edificaciones para la eternidad, así sean pequeñas y, a simple vista, poco vistosas.